26 de febrero de 2020

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Imaginar un país. Medios, producción de la localidad y representaciones de la tradición

Imaginar un país. Medios, producción de la localidad y representaciones de la tradición
Imagining a country. Media, production of locality, and representations of tradition



RESUMEN
Este artículo se basa en una larga investigación sobre los archivos de la televisión italiana (RAI), desde el punto de vista de la representación que hacen los medios de lo local, el folclore y las tradiciones italianas. Sobre todo en lo que se refiere al sur de Italia, los medios de comunicación tienden a una normalización cultural. La 'escena folclórica' sirve para representar las relaciones entre la cultura 'hegemónica' y la 'subalterna' en el marco nacional. Desde los años 1970, un fuerte resurgir del folclore atravesó los discursos sobre el modelo de desarrollo italiano. En los últimos decenios se da una poética de nostalgia, arcaísmo y autenticidad, pero a la vez una acomodación del legado cultural inmaterial a la mercantilización de los espacios. Es fundamental reconsiderar la relación entre folclore y mercado, en orden a una crítica cultural de estos procesos.

ABSTRACT
This paper is based on extensive research on the RAI (Italian Radio Television) Archives from a perspective of media representations of locality, folklore, and traditions in different areas of Italy. Starting from an image of 'traditions' as backwardness, particularly in southern Italy, mass media –particularly cinema and television –aimed to a cultural standardisation of the mass culture. At the same time the 'folklore scene' became a way of representing the relationships between "hegemonic" and "subaltern" cultures within the national arena, especially after the birth of democracy in Italy. From the 1970s on, a strong revival of 'folklore' entered discourse on the Italian model of development. In recent decades a 'poesy of nostalgia, archaism and authenticity', but also a 'accommodation' of immaterial cultural heritage and the 'marketing of places' has taken place. Rethinking the relationship between 'folklore' and 'market' has become, then, fundamental for a cultural critique of these processes.

PALABRAS CLAVE
medios de comunicación | localidad | tradicion | patrimonio cultural | antropología visual
KEYWORDS
media | locality | traditions | cultural heritage | visual anthropology


Observar, dirigir la propia mirada sobre un objeto público, sobre una “escena” vivida o al alcance de toda la comunidad, significa compartir con esta última, en la mayor parte de los casos, los mismos criterios de lectura, de visión. Las coordenadas fundamentales de nuestra mirada siguen pautas y matices culturalmente determinados: predilección por algunos colores y no por otros, reactividad mayor o menor a la luz, tiempo de reposo, “cortes” de las imágenes. Este aprendizaje de la mirada acontece mediante la intervención de diferentes “agencias”, cuya formación es en gran parte de tipo nacional e institucional (la escuela, los medios de comunicación públicos, etc.).

Este artículo se propone profundizar en una modalidad específica de “la mirada”: la que está vehiculada por el conjunto de documentos audiovisuales y programas televisivos que han contribuido, a escala nacional, a la producción de una imagen relativamente homogénea y compartida de “comunidad nacional”, en relación dinámica con las múltiples variables de lo local.

 

Los archivos de la RAI

Si se analiza el patrimonio audiovisual presente en los archivos de la RAI (1), se encuentra un conjunto de documentos orientados a socializar y sedimentar, a escala nacional, una idea precisa de lo local y una igualmente definida idea de “tradición”, ambas utilizadas en el progresivo proceso de normalización de los estilos culturales de un país que, tras el final de la segunda guerra mundial, se encontraba fuertemente fragmentado, diversificado y caracterizado por fuertes polaridades internas: sur/norte, ciudad/campo, centros/periferias, etc.

En este sentido, la investigación desarrollada en los Archivos de la RAI ha permitido indagar no sólo el modo en el que “miradas expertas” (Grasseni 2006) han pensado, definido y plasmado una idea de lo “popular” y de la “tradición” coherente con el nuevo paradigma moderno y urbanocéntrico de referencia, sino también, a través de una experta observación de la estructura de programación y de emisión, ha contribuido a sedimentar esa “mirada” en toda la población, consiguiendo conformar en ella la misma percepción de la “tradición” y proyectarla en un fondo aparente de nobilización alienante. Durante los años 1970, y en años anteriores (en los 1960), esta “tradición” había sido confinada en la sombra del arcaísmo y la superstición, según una clave de lectura hegemónica típica de muchos intelectuales del siglo XIX (2).

La “escena folclórica” (Lombardi Satriani 1974) significaba, así, en esas narraciones cultas -como más tarde en la restitución mediática para uso y consumo del público pensado como “nacional” y “otro” con respecto a esas formas de vida- un conjunto completo y variado de prácticas y rituales apto para representar a las comunidades. Los textos y los testimonios fotográficos de finales del 1800 y, décadas después, los servicios radiotelevisivos dedicados a las comunidades locales de las distintas áreas “rurales” del país, eran propuestos al lector o al usuario como condensación de formas de vida diferentes y lejanas que había que documentar, como residuos de un pasado que había que conservar y, en ocasiones, hasta lamentar, en un marco de referencia que hacía de la nostalgia uno de los sentimientos fundacionales de la nueva y anhelada modernidad nacional.

Pero, al mismo tiempo, la “escena folclórica” era, de por sí, un contexto ceremonial y colectivo para “ver”, una especie de dispositivo del ver-participar que proporcionaba la “ocasión de la visión”, “de ver, de no ser vistos” (Jesi 1979), operante en la fiesta y en los sistemas ceremoniales locales.

La reflexión acerca de la mirada -interna y externa a la práctica etnográfica y a la obra en la dimensión local, según precisas codificaciones culturales y tradicionales-implica, pues, necesariamente una aproximación fuertemente crítica a los problemas de la reproducción y, sobre todo, de la transmisión de imágenes de las comunidades. Lo que una lectura/visión objetivante del “hecho folclórico” no había sido capaz de ver durante largo tiempo -a excepción de la reflexión aguda de algunos autores, aunque por su parte no sistematizada (3) -emerge críticamente frente a las imágenes mediáticas de este tipo de material. Si el evento ceremonial contiene ya, por sí solo, la dialéctica de la visión -ver/ser vistos opuesto al ver no siendo vistos, pero también el representar/deshistorificar/simbolizar (Douglas 1979; Isambert 1982)-, se complica cuando se hace objeto de representación ulterior en la forma mediática.

Un pueblo “celebra así su autorrepresentación”, que demasiado a menudo “la cinematografía ambientada en el Sur ha retratado con el gusto fácil del guiño, de la notación banalmente irónica” (Lombardi Satriani, en Sparti 1980: 80). El Sur, reducido a icono pintoresco, así como el “folclore” entendido como manifestación del alma popular campesina, encuentra, no casualmente, un espacio propio en el tema político de la “ruralidad”, que a su vez tendía a ponerse “como lugar para una nueva identificación nacionalista” (ibídem). No por casualidad se ha hablado legítimamente de “ruralismo” o de “orientalismo interno”, producido por la mirada culta, por ejemplo, en las áreas más atrasadas del “Mezzogiorno” de Italia, tomando prestado, de las reflexiones sobre las representaciones coloniales y poscoloniales de la alteridad cultural, un paradigma interpretativo capaz de organizar el espacio objetivándolo, recortándolo para uso y consumo de la mirada y de la ideología dominantes; un paradigma, pues, complaciente con la necesidad hegemónica de controlar el mundo a través de “discursos” capaces de “producir localidad” y “distinción” (Gaines 1988; Spivak 1988; Appadurai 2001).

La organización interna de los Archivos, las elecciones de catalogación y conservación, la estructuración de los programas y de las modalidades de transmisión, revelan el peso que “tradición” y “localidad” tienen en la cultura nacional y denotan constantemente tanto elecciones estéticas como políticas al respecto. Hay una clara tendencia en pensar lo local en el orden de la distancia y de la diversidad, del atraso y de la marginalidad, con respecto a los procesos culturales que actúan como elementos de impulso para el país. La aproximación a la dimensión local de la vida de las comunidades -especialmente las campesinas- se asienta precozmente en una forma de “ruralismo” o de “orientalismo interno” (Schneider 1998; Faeta 2003), una aproximación que permanece, hoy día, en muchos documentales de viajes, así como en los espacios dominicales de los telediarios y en los programas de tipo divulgativo. Se evidencia la rapidez con que, a partir de la segunda posguerra, Italia ha buscado, y querido, librarse de la imagen de un país atrasado y, rápidamente, ha impuesto a los medios públicos, de carácter nacional, un mensaje orientado hacia una modernización que sólo en un segundo momento ha podido entender y valorar elementos de variedad cultural, incluyendo los vinculados a la cultura campesina.

Al lado de estas razones, de orden histórico, se encuentra también un elemento de carácter tecnológico e industrial. Durante mucho tiempo el único canal mediático en Italia ha sido la RAI; una estructura imponente, muy estática, en la cual era dominio de pocos la realización concreta de documentales y programas, y de muy pocos el planteamiento de sus contenidos (estructura fuertemente piramidal de la empresa, por lo menos hasta la mitad de los años 1970). Los tiempos de producción, la complejidad de las maquinarias, los gastos de desplazamiento y realización, imponían una selección extremadamente atenta de los materiales y de las opciones de programación y producción, pues la posibilidad de realizar materiales adulterados y alternativos, en los cuales la implicación de las comunidades y de los sujetos locales fuese mayor, se encontraba fuertemente limitada. Eso hizo que se mantuviera durante largo tiempo una aproximación, de hecho, tardo-positivista, muy elitista, hacia la diversidad local y la condición campesina, que sólo en los últimos años setenta, y con la difusión de los movimientos culturales y políticos desde abajo, se consiguió transformar, por los menos en parte, para regresar luego a una imagen que todavía hoy resulta muy estandarizada y simplista de las comunidades locales.

El documento audiovisual reproduce, al mismo tiempo, un dispositivo de visión análogo al observado en la “escena folclórica”: en la pantalla se prepara una “visión de la fiesta” -visión necesariamente recortada, re-montada, sintética y por ello crítica, secundaria (pero ¿qué visión no lo es?)-; al otro lado de la pantalla se reconoce, a través de una programación adecuada, de la publicitación, de la construcción de circuitos informativos y de señalización, la presencia de un público para la fiesta. Mientras que el público que asiste en persona a la fiesta puede ser visto como co-protagonista de la performance, como directamente implicado en el contexto en el que se da la representación, el televisivo resulta evidentemente distante y “otro”. El espectador televisivo tiene que mirar el “folclore” como una imagen alternativa de sí mismo: el proceso de representación mediática de la tradición es, en primer lugar, un proceso de alienación que separa a quien observa de quien se encuentra involucrado en la representación. El objeto de esa representación se convierte, así, en el residuo de un pasado “arcaico” en vías de desaparición, cuando no en algo ficticio y reconstruido, confeccionado para el puro disfrute del “nuevo público” mediático.

En el plano de las elecciones estéticas y de las líneas de representación, este proceso de alienación del espectador televisivo con respecto al observador popular y local, se realiza a través de una fragmentación muy fuerte del espectáculo local, mediante su progresiva iconización. Poca atención, cuando no ninguna, es prestada-por lo menos hasta los años setenta- a todo lo que concierne a los elementos de cultura material vinculados con la preparación de la fiesta y la fabricación de la performancecolectiva. Es necesario señalar, además, que ningún documento televisivo anterior a los años setenta, presta atención a las prácticas de las comunidades locales que no estén relacionadas con momentos de elevada ritualización y ceremonialidad. La extrema espectacularización asimila la “escena folclórica” a programas de “variedad” o ficción, más que al documento histórico; la insistencia de los textos acerca de la ahistoricidad, el arcaísmo y la distancia cultural de tales performance, las aleja del orden de referencia de la mayoría de los espectadores -cosa, además, poco cierta, especialmente entre los años cincuenta y setenta del siglo XX-. Ello revela la necesidad de distanciar y objetivar, alejando la “escena folclórica” para proyectarla en un “sin tiempo” que la hace inocua y carente de esos valores potencialmente excéntricos y resistentes con respecto a la nueva imagen del país y de la comunidad nacional lanzada a su nuevo recorrido de modernización industrial y cultural (Cirese 1973; Lombardi Satriani 1980). Muchos de esos programas y documentos contraponen a propósito la vida de ciudad a la vida rural, según pautas y motivos estilísticos clásicos, deslizando, en ocasiones, hacia tonos nostálgicos y de lamento de los ritmos de vida y de producción antiguos, hoy caídos en desuso: una retórica de la nostalgia del tiempo perdido, que es otra de las grandes coordenadas poéticas de la relación con la “tradición” en las culturas occidentales (Cirese 2006; Fabian 2000). En otros casos, prevalece en ellos la exaltación y la concitación, que aleja las formas de vida campesinas de las ordenadas y ritmadas de modo regular por los tiempos de la producción y por la rígida alternancia entre tiempo de trabajo y tiempo de ocio que, por ello, sigue marcando una distancia profunda entre las masas recientemente urbanizadas y proletarizadas de media Italia y su pasado próximo, en el cual se encontraban, en la mayor parte, todavía atadas a esos modos y esas formas de organización.

El aspecto más interesante de estos documentos es, no obstante, el vinculado a la producción. Insertar en el espacio ceremonial de la performancecolectiva local la cámara de vídeo implica modificaciones importantes en la representación misma del lugar y de la comunidad. Ello inserta, pues, un ojo “otro” y diferente en la dialéctica, hasta allí presente, entre “observado” y “observador”; distorsiona y modifica las relaciones de miradas presentes en la escena, ya que se pone como última y ulterior barrera del espacio-tiempo local hacia otro público, ese también, a su vez, imaginado por la comunidad grabada (Clifford 1991: 3-10; Sedda 2003).

Al mismo tiempo, el reenvío a los mecanismos de producción y programación de este tipo de materiales por parte de la empresa de radiotelevisión del Estado nos permite individualizar otro importante nudo problemático: el relativo a su comercialización y patrimonialización. No es casualidad que, a partir de los años 1990, el esfuerzo por conservar -digitalizando- y publicitar -a través de sitios web y presentaciones públicas- las “Teche RAI”, haya desembocado en precisas opciones empresariales y haya seguido líneas de inversión comunes ya anticipadas por otras importantes empresas radiotelevisivas mundiales (“BBC Archives”, in primis). Documentales, programas de carácter histórico, canales temáticos especializados por satélite (“RAI-SAT Extra”, “RAI Educational”) proponen, ya hace tiempo, documentos de tipo propiamente histórico o artístico, junto con materiales espurios recogidos a través de numerosos telediarios o artículos que, a lo largo de varias décadas, se habían ocupado de “contar Italia a los italianos”, como recitaba pomposamente el Presidente de la RAI en su discurso de inauguración de la Asamblea Anual de 1952.Pero, frente a una clara conciencia, a nivel empresarial, del valor de estas imágenes, permanece un sistema de catalogación bastante aproximativo, que sólo raramente entrega a “miradas competentes” la tarea de examinar críticamente este conjunto de documentos. Permanece, esencialmente, la catalogación de los años setenta o, cuando no, una catalogación que durante la fase de conversión digital (empezada en 1992 y todavía no del todo terminada) fue encargada a un tipo de personal no adecuadamente formado, sin previsión y fijación de criterios terminológicos y formas de archivado capaces de construir recorridos críticos en el interior del mismo Archivo (4). Persiste, en esta catalogación, una terminología sustancialmente acrítica e incapaz de poner en perspectiva los marcos conceptuales con los cuales organizar materiales tan diferentes y tan ricos: una limitación que no puede ser atribuida a las barreras económicas impuestas a la operación. Al contrario, por lo menos en cuanto atañe a este específico conjunto de documentos consagrados a la representación de la tradición y de la localidad, ello podría ser por lo menos parcialmente enmarcado en el interior de un proyecto nacional que ha elegido concienzudamente eliminar las diversidades internas del país mediante la separación o la “folclorización” de las mismas.

Hoy día, el proceso de modernización se considera plenamente cumplido y las prácticas locales -festivas, rituales y no- vuelven a recuperar un espacio propio en la programación, tanto por la curiosidad de los operadores del sistema radiotelevisivo, como por demanda de las mismas comunidades. Estas últimas no sólo se proponen para servicios y profundizaciones acerca de sus propias “tradiciones”, sino que llegan a pagar para que se realicen o autoproduzcan documentos que proponen a las televisiones, bien a través de la descentralización nacional del sistema público o bien mediante contactos directos con las varias redacciones de los programas mayormente interesados. En los últimos años asistimos, por ejemplo, a la proliferación de un género, muy precoz en la programación televisiva italiana -el de los programas dominicales tipo Línea Verde- en los cuales bailes, cantes, productos típicos, historias locales, autoridades y representantes de las instituciones, además de promotores turísticos, llenan la “escena local” buscando “colocar” el lugar como “género” específico y como recurso. También se asiste, más tímidamente, al nacimiento de programas nocturnos centrados en las “tradiciones populares” (5), que mezclan indiferentemente documentos procedentes de Italia y del extranjero, aunados por la excepcionalidad de los espectáculos y de los eventos festivos representados: romerías extenuantes, prácticas penitenciales violentas, creencias mágicas olvidadas, grandes ceremoniales públicos.

Ello perpetúa la tendencia a la alienación del público televisivo respecto al “espectáculo” de lo local, a través del desconcierto y de la sensación de distanciamiento inducidos por imágenes que acentúan los rasgos diferenciales en relación con las formas de vida urbanas, generalmente compartidas por la audiencia. Al mismo tiempo, el binomio fascinación/extrañeza permanece, acentuado por las posibilidades de grabar de modo eficaz casi cualquier contexto: se hace uso de dispositivos de grabación aptos para capturar la imagen en lugares muy oscuros, cámaras que permiten alcanzar espacios muy angostos, aparatos que posibilitan captar las voces a gran distancia, y así “robar” el cuchichear que a menudo acompaña las actividades preparatorias de un ritual, etc.

 

Sobreexposición de la fiesta

Durante muchos años las poéticas empleadas por los medios acerca de las culturas locales se han caracterizado por su sustancial homogeneidad y coherencia. Si exceptuamos, por su mayor conciencia crítica, la producción marginal-en términos de cantidad y de circuitos distributivos- de documentales de tipo etnográfico y etnomusicológico, la mayor parte de los productos mediáticos-películas, reportajes periodísticos, documentales televisivos, ficciones con temática campesina y popular-presentan un estilo común y dejan entrever finalidades similares. Se ha dicho, de modo sintético, que estos objetivos se pueden resumir, por un lado, en la evocación de un sentimiento de nostalgia hacia el pasado perdido y, por otro, en la tendencia enajenante respecto a estas manifestaciones de la cultura local y formas de expresión popular.

El “resurgimiento de la tradición” que se afirmó a partir de los años 1970 y, todavía más, en los años 1980 (Lombardi Satriani 1974; Boissevain 1992) se realizó también gracias al desarrollo y a la difusión de una tecnología de grabación y documentación en vídeo más ágil y económica. Ello hizo posibles numerosos intentos de autorrepresentación por parte de las mismas comunidades locales y una progresiva transformación de la imagen mediática de las culturas locales, que hoy presenta ulteriores elementos de modificación y distorsión.

Asistimos a un fenómeno de sobreexposición de las grandes fiestas locales, que procede en sintonía con las múltiples estrategias a través de las cuáles las comunidades locales intentan interceptar y condicionar los circuitos de valorización nacionales y supranacionales, reduciendo así la histórica distancia y disparidad de acceso a la comunicación que desde siempre había caracterizado las periferias culturales y, de modo particular, la condición campesina. Para Italia, dos ejemplos importantes de estos procesos son el así llamado fenómeno del “neotarantismo” (Pizza 1999; 2003) en el área de Salerno (Puglia) y los “Gigli di Nola” (Campania) (6). En ambos casos, nos encontramos frente a la realización de documentales y grabaciones por parte de autores locales, de jóvenes cineastas procedentes de la ciudad, de etnógrafos y antropólogos visuales, de historiadores de la fotografía y de los archivos visuales locales y nacionales, de webmastersy webmanagers decididos a construir canales de amplificación del evento local para que circule a nivel global, gracias a las redes temáticas. En el caso de los “Gigli di Nola”, por ejemplo, el fuerte interés que persiste hacia la fiesta en las comunidades italoamericanas que continúan, en algunos casos, celebrando el evento también en ciertas localidades de Estados Unidos, ha determinado un circuito de intercambios telemáticos que representan una especie de itinerario móvil de la fiesta “en figura”, capaz de reproducir constantemente el sentido de pertenencia a una patria identitaria común, que prescinde de la localidad física y se caracteriza por el compartir significados e imágenes (la fe, el espacio de la Iglesia, la relación con San Paulino y la Virgen del Carmelo), además de músicas y prácticas comunitarias (limosna, hábitos alimentarios, danzas, vestimentas) y estilos de vida familiares, el sistema de afectos y la hospitalidad. En este sentido es posible entrever en estas formas de ‘long distance belonging‘ un nuevo modo de “mirar a la tradición” en el que, si por un lado emerge un mayor protagonismo de las comunidades locales, por el otro se revela también su parcial sometimiento a lógicas dominadas, una vez más, por la cultura oficial y el negocio del espectáculo. En estos productos audiovisuales, predomina efectivamente una especie de “espectáculo total de la tradición”, que se aprovecha de la sensibilidad de una audiencia lograda por medio de la sobreexposición de imágenes particularmente intensas, cruentas y emotivamente fuertes.

El espacio de la representación del espectáculo tradicional y “folclórico” -se le sigue definiendo así a conciencia, ya que el uso del término se mantiene en auge en la opinión pública y en el lenguaje mediático- está condicionado por la transformación de los estilos comunicativos, por los formatos y por las modalidades de producción televisiva y cinematográfica de los últimos años. Se notará cómo los documentales normalmente retransmitidos por canales como National Geographic (7), y por otros similares presentes vía satélite, tienen una resolución de las imágenes y una calidad técnica excepcional, pero también un corte documentalístico y un estilo de montaje muy similares. En el caso de documentos inherentes a la vida de comunidades de aldea, documentales que definiría “monográficos” -es decir dedicados a la representación holística de la vida de una comunidad determinada-prevalecen los tono elegíacos, las imágenes algo edulcoradas, un montaje no demasiado sincopado, distendido en la sustancia y un tono fuertemente discursivo de los textos, en los que prevalecen historias emblemáticas y personales -las “historias”- por encima de las reflexiones y las anotaciones de carácter más general. Cuando, por el contrario, se trata de particulares eventos festivos, el acento en el elemento espectacular, en la concurrencia de lo colectivo, en la aceleración del montaje, se hacen evidentes y contribuyen a una restitución enfática y extrema del evento festivo, que así se caracteriza como uno de los registros retóricos preferidos para la representación de la “tradición”. Ello acontece también cuando son las mismas comunidades las que han de grabarse y representarse: en muchos de estos casos la “intimidad cultural” (Herzfeld 2003) que involucra a actores, espectadores y documentadores en el evento festivo, convierte las tomas y el montaje todavía más “carnales” y sobreexpone ulteriormente los caracteres extremos, espectaculares y excesivos de la fiesta. Esta autorrepresentación mediática, al mismo tiempo, pasa a narrar de modo nuevo la dialéctica de miradas presentes desde siempre en el interior de la escena folclórica: también los espectadores son observados por otros espectadores, por los actores que desfilan en las calles, en las plazas o en los coches de ceremonia, y que mantienen con ellos una relación de miradas que refuerza, en primer lugar, los vínculos de convivencia, el sentido de pertenencia común y de coparticipación en el evento festivo y ceremonial fundador de la comunidad.

Este aspecto de reciprocidad en la reproducción y uso televisivo o cinematográfico de la fiesta tradicional salta a la vista. El espectador televisivo y cinematográfico es realmente observador y no observado, y por ello mismo se percibe extraño y distante de la implicación en el evento, a menos que lo que esté mirando no solicite su propio sentido de “pertenencia a distancia” y en la diáspora, fenómeno cultural relevante ahora más que nunca, analizado recientemente por numerosos estudios específicos (Urry 2000). En cambio, en Internet, el espectador tiene la posibilidad de interactuar y comentar las imágenes, e insertarse así virtualmente en el circuito de sentido que éstas tratan de atribuir a la fiesta en su conjunto. En este nuevo contexto de representación mediática de la fiesta y de imaginación de la comunidad, nos encontramos, pues, frente a múltiples niveles de distorsión y transformación del hecho ritual y ceremonial y frente a regresiones de tipo social y político.

En primer lugar, a través de la mediatización exasperada de algunas fiestas locales-para Italia es suficiente citar los carnavales de Viareggio y de Venecia, pero también el “Palio di Siena” y, más recientemente los “Gigli de Nola” u otras fiestas que definiría, con cautela, de “elevado grado de espectacularidad”- nos encontramos frente a fenómenos que, aún manteniendo un aspecto de fuerte anclaje al lugar de origen y desarrollo, presentan más a menudo la aspiración a postularse candidato para representar el orden festivo global, verdaderos “iconos” de la fiesta en la contemporaneidad, que mantiene y pone en confrontación aspectos de historia y de vínculo con la tradición al lado de elementos de fuerte innovación y transformación en clave “tecnológica” de la fiesta.

Junto a ello, no hay que creer que estas fiestas sean devoradas y “desnaturalizadas” por su representación y sobreexposición mediática, como cierta aproximación conservadora y nostálgica tendería a hacernos creer. La fiesta actual-sobreexpuesta-si ya no se constituye como garantía de reproducción de un sistema social y cultural destinado a permanecer igual a si mismo en el tiempo, se constituye más bien como fondo de una comunidad en frenética transformación, de un cuadro de referencia estética, moral, religiosa y política cada vez más móvil y, por ello mismo, necesitado de encontrar elementos de anclaje a eventos y formas expresivas que aún mantienen, por lo menos en el plano de lo imaginario, un sentido de comunidad.

Sin embargo, a través del filtro mediático se producen algunas transformaciones en la representación del evento tradicional. Cada vez con más frecuencia, la perspectiva frontal va a ocupar el lugar de la disposición circular en la performance, así como se exasperan, en ciertas ocasiones, formas y colores en la fabricación de los aparatos o de las máscaras para acentuar su visibilidad. En algunos casos nos encontramos frente a sistemas festivos que dividen y organizan el tiempo consagrado de la fiesta según las exigencias de la programación televisiva, o se encuentran en relación con ello -el “Palio di Siena” y el estricto directo con que se emite en los rígidos tiempos del telediario de las 20 horas es sólo uno de los ejemplos más evidentes de este tipo de relación controvertida, en la cual la fiesta solo en apariencia parece proceder de modo autónomo con respecto a las exigencias de la estructura de la programación de las retransmisiones (8).

Estos rasgos de espectacularizacíón del evento local no son, sin embargo, exclusivos de la contemporaneidad, como ya se ha podido observar a partir de los años sesenta para algunas fiestas muy conocidas, como las de Piedigrotta, y en ocasión de algunas notorias procesiones de Semana Santa (Bindi 2005; Ranisio 2006; Arino 2004; Navarro Moreno 2001). Las iluminaciones cada vez más “eléctricas” y el número de cirios crecientemente más elevado, parecían responder, ya entonces, a la exigencia de hacer más visible la actuación y construir la ceremonia como puesta en escena no sólo en calidad de “espectáculo interno”, sino también para todos aquellos que hubieran disfrutado del evento festivo desde el exterior o desde lejos. Hoy observamos con frecuencia elementos de transformación del evento festivo en relación con la participación de cámaras y, sobre todo, por la aceptación de la presencia del operador de cine, generalmente algo entrometido, que no obstante ya es incluido en la “escena folclórica” como parte integrante de la misma (9). Este último aspecto merece ser puesto de relieve como signo de un ansia testimonial que si por un lado procede de la actitud “capturadora” y museográfica a que se ha hecho referencia anteriormente y en otros lugares, por otro se ha trasladado progresivamente a la percepción que las comunidades locales tienen de su propia fiesta. La idea de que un dato ceremonial no sea inmortalizado en un soporte videográfico o que no encuentre su condensación en un corpus fotográfico, parece sustraer a la fiesta una dimensión considerada ya esencial. Ver y rever la fiesta se caracteriza en algunas comunidades no sólo como una forma de espectacularizacíón hacia el exterior, sino también como modalidad de rememoración, reafirmación y participación a lo largo de todo el año en la misma fiesta (10). Al lado de ello, el paso mediático de los vídeos inherentes a la fiesta representa para muchas comunidades el grado máximo de legitimación del evento local y, además, a menudo se constituye como aliciente ulterior para la patrimonialización del mismo y para su consideración como parte integrante del sistema productivo y turístico por parte de las autoridades políticas y de los empresarios presentes en la escena local (11).

 


 

Notas

1. Quien escribe ha podio desarrollar una investigación en los Archivos de la RAI (Red Audiovisual Italiana) entre 1994 y 2004, periodo en el que también ha colaborado con la misma RAI en calidad de autor de textos de programas radiofónicos de carácter cultural (cfr. Bindi 2005).

2. Por ejemplo, en los relatos de viaje y en la literatura producida por los intelectuales del siglo XIX sobre las formas de vida y de expresión de las poblaciones del sur de Italia (Lombardi Satriani 1979).

3. Piénsese en las observaciones de De Martino y Leiris acerca del delicado límite entre “posesión” y “puesta en escena de la posesión”, acerca del cual, con notable anticipación en el tiempo, parecen sugerir la sustancial irrelevancia del dato de la verdad (cfr. Leiris 1980).

4. Estas consideraciones han sido desarrolladas ulteriormente en Bindi (2005) y proceden también de una etnografía de los archivos y de los grupos de catalogación y archivado de las “Teche RAI” desarrollada entre 1992 y 2004, de la cual hay que destacar algunas consideraciones de carácter problemático, inherentes tanto a los criterios de catalogación como a los de conservación elegidos por la empresa y, sobre todo, a las modos de decisión mediante las cuales, en esa fase, tales criterios fueron sumariamente fijados.

5. Es el caso de Gentes, por ejemplo, programa emitido desde hace dos años en “Retequattro”, un canal del grupo privado Mediaset.

6. En ambos casos no he desarrollado etnografías en primera persona, sino que he recibido numerosas informaciones de colegas, estudiantes y amigos que desde hace años se han ocupado y se están ocupando de estos dos sistemas festivos. En especial, aprovecho la ocasión para agradecer algunas informaciones específicas acerca de los aspectos de solapamiento e interrelación entre fiesta y representación mediática a Ilaria Palumbo, para el ‘Festival de la Taranta’, y a Katia Ballacchino, por la frenética mediatización de los “Gigli di Nola”.

7. Es interesante notar como en pocos años ha crecido notablemente la oferta de canales vía satélite dedicados a los viajes y a las culturas del mundo, además de a otro gran frente de la exploración de lugares geográficos y naturales, que en realidad a menudo contiene en su interior también conspicuos documentos inherentes a las sociedades que en determinados sitios naturales subsisten. Solo del National Geographic en sus exordios -canal histórico dedicado a este tipo de “objeto” mediático, antes fotográfico en la actividad de la célebre y prestigiosa revista homónima- se pasó a desdoblar el mismo (National Geographic + 1), y posteriormente se le han sumado otros canales como Adventure One (especializado en viajes “exóticos” o en recorridos “extremos”), Marcopolo, Discovery Channel, y también parte de la programación de History Channele History Channel +1, que frecuentemente emiten programas y documentales insertos en el ámbito de “Civilizations”, es decir un espacio de producciones centradas en la profundización de algunas sociedades y culturas peculiares. Nótese, además, cómo justamente en estos dos últimos canales y en Discovery Channel se transmiten desde hace unos años los pequeños videoclips patrocinados por la Unesco, que miran a la localización e individualización de todos los grupos étnicos y lingüísticos minoritarios a escala mundial, a través de breves documentales de algunos minutos, en los que un testigo privilegiado del grupo en cuestión cuenta algo en su lengua local; un género, éste último, que merecería una profundización específica en lo que concierne a la relación entre conservación, políticas del reconocimiento y mediatización de los patrimonios culturales y lingüísticos.

8. En realidad es evidente que todos los tiempos de la procesión pública que precede la carrera y hasta la urgencia en el dar el “vía” (“dare la mossa“), en algunos casos, están dictados por la necesidad de respetar o de ir en consonancia con los tiempos televisivos preestablecidos. Por lo menos en dos ocasiones he podido constatar personalmente la satisfacción con la que el equipo encargado de la grabación de la carrera notaba que “lo habían conseguido a tiempo para el telediario”, así como he escuchado conversaciones entre turistas de Siena en la playa que se felicitaban de que el Palio se hubiese desarrollado justo a tiempo para la ora del TG (“Telegiornale“) y que gracias a la transmisión televisiva ellos habían podido verlo. Frente a este sometimiento a la mediatización del evento ceremonial local, hay que añadir el profundo grado de autonomía, respecto a las cámaras, de la afición de cada barrio (“contrada“): la sacralidad típica de los momentos que preceden a la salida del caballo de la capilla del barrio , la bendición del mismo y del jinete. Además, muchos sieneses -para seguir con el ejemplo- en lugar de conformarse con ver el Palio por televisión, eligen localidades para sus vacaciones, tanto en julio como en agosto, que les permitan regresar sin excesivas dificultades a la ciudad para asistir a la carrera.

9. Durante algunos ceremoniales de la Semana Santa de Sessa Aurunca en el abril de 2007 pude observar personalmente la presencia de numerosos operadores cinematográficos profesionales al lado de colegas extranjeros, investigadores de la universidad francesa, ocupados en la documentación audiovisual de la procesión del Viernes Santo, así como muchos turistas tecnológicamente muy dotados y ciudadanos de Sessa Aurunca interesados en documentar tanto la ceremonia en su conjunto como la “visión subjetiva” de este o aquel grupo implicado en la procesión (en particular, los padres de los niños que, vestidos de angelitos, desfilaban delante de los misterios). Ello hace pulular la escena del ceremonial de presencias más o menos expertas, pero todas particular y diferentemente entrometidas. El espacio procesional es continuamente atravesado por “operadores de cine”; su ansiedad documentalista se extiende hasta grabar desde abajo los rostros y los cuerpos portadores de los misterios durante las largas paradas en las cuales las representaciones sagradas se hacen mecer hacia adelante y hacia atrás en el ritmo lento y solemne del vía crucis. No se trata aquí de expresar juicios respecto a estas prácticas de hiperdocumentación y de violación de la sacralidad del recorrido y del clima del ceremonial, sino de comprender qué es lo que induce a un número cada vez mayor de figuras, de profesionales y de personas corrientes a desafiar los límites del respeto sacral de la ceremonia para llevar consigo a casa, o para enseñar a otros, una imagen original de la fiesta.

10. Le agradezco a Katia Ballacchino el haberme señalado este aspecto interno de la visión de los documentos relativos a la fiesta de los “Gigli di Nola” observado durante todo el año en la preparación de la nueva celebración de la fiesta, tanto en su versión italiana como en la “deslocalizada” estadounidense. De forma menos intensa y ciertamente más privada he podido observar yo misma este tipo de uso “interno” del documento audiovisual de la fiesta como modalidad de rememoración y de reafirmación de las razones del compromiso constantemente presente en la realización de la procesión de los “Misterios de Campobasso” durante la fiesta del Corpus Domini (cfr. Bindi 2008 a).

11. Muchos sistemas festivos locales presentan ya sitios enteramente dedicados, en los cuales al lado de informaciones históricas y descripciones del evento en su diversas partes y componentes, proporcionan el streaming online de los videos de la misma fiesta, cuando no el mismo desarrollo de la fiesta, en directo desde la web. Así acontece en el caso de muchos ceremoniales festivos, tanto en Italia como en el resto de Europa. Otras fiestas son dotadas de importantes galerías fotográficas multimediáticas y de archivos de audio que contienen las músicas tradicionales de la fiesta y hasta algunas oraciones específicas conectadas a ella. También la imagen gráfica de estos sitios resulta de gran interés como parte integrante del sistema de representaciones de la fiesta. Fondos, tipos de caracteres, colores, género narrativo de los textos (más poéticos, o más informativos, con el uso de fuentes acreditadas o sin ellas, etc.) son elementos de una ulterior transformación de la imagen mediática de la fiesta que une a este aspecto gráfico-estético también una posibilidad real como circuito de intercambios y contactos entre personas que por varias razones participan o se interesan por ella. Muchas sitios de Internet contienen un forum dedicado a estas fiestas y una serie de enlaces de asociaciones vinculadas con la organización del ceremonial, o de las oficinas de relaciones públicas de los entes locales, o incluso de la oferta turística de la localidad (cfr. Bindi 2008 b).

 


 

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Gazeta de Antropología

22 de febrero de 2020

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La limpia en las etnomedicinas mesoamericanas

La limpia en las etnomedicinas mesoamericanas
The 'limpia' in Mesoamerican ethnomedicines



RESUMEN
La limpia es un procedimiento físico-simbólico de reequilibrio utilizado en las etnomedicina mesoamericanas y amerindias. Procede de épocas antiguas y relaciona a la persona con ella misma y su medio (físico-natural, social-comunitario y cultural-religioso-espiritual). A través de la limpia se pretende rearmonizar a la persona con su entorno, eliminando y expulsando de ella los elementos (físicos, sociales y espirituales) causantes de su mal o influyentes en el mismo.

ABSTRACT
The 'limpia' (cleansing) is a physical and symbolic curative procedure used in Mesoamerican and Amerindian ethnomedicine. It comes from ancient times and relates the person to his- or herself and his or her environment (physical-natural, social-community and cultural-religious-spiritual). The limpia eliminates the elements (physical, social, and spiritual) causing troubles and illness.

PALABRAS CLAVE
etnomedicina | medicina tradicional | Mesoamérica | salud | antropología médica
KEYWORDS
ethnomedicine | traditional medicine | health | medical anthropology


1. Introducción
Las formas de entender el bienestar en cada cultura se relacionan con los contenidos de sus tradiciones. Las gentes de las tradiciones originarias y de la mestiza siguen desarrollando en Mesoamérica sus propios modos de prevenir los males y curar. En las sociedades del pasado, y en las del presente, los seres humanos fabricaron, y fabrican, sistemas y maneras para atender las necesidades de salud. En el estudio interpretativo de los investigadores Jean Clottes y David Lewis-Williams (2001) sobre los dibujos, pinturas y esculturas de las cuevas del paleolítico, se sugiere la existencia de chamanes en la prehistoria. Por lo que se conoce a través de las fuentes documentales (principalmente rusas) estudiadas por Mircea Eliade (2001) sobre el chamanismo asiático y norasiático, ese sistema, además de terapéutico, sería un modo organizativo de los grupos y comunidades en tiempos en los que las amenazas externas (naturales, “sobrenaturales” y humanas) hacían peligrar no sólo el equilibrio y bienestar de los individuos sino la estabilidad e integridad de sus grupos. Para Antony Tao (2003), del chamanismo arcaico chino nació una especialidad más dedicada a la terapéutica: el chamanismo curativo, a partir del momento en que las sociedades se hicieron sedentarias (inicio del Neolítico, hace unos 10.000 años). De este chamanismo surgiría posteriormente la medicina tradicional china.
Hasta la llegada de los europeos a América, los grupos amerindios dispusieron de modos de curar adaptados a sus formas de pensar y a sus cosmovisiones. Los cronistas de Indias dieron cuenta de las características del mundo que encontraron y descubrieron. Y, aunque influidos por su origen, su forma de pensar europeo-cristiana y los condicionamientos que el poder religioso y el poder político les imponían, dibujaron con palabras toda la majestuosidad de aquellas culturas, como hizo fray Bernardino de Sahagún (1994). En esas etnografías de la época, se habla de curadores, de formas de curar y de elementos para curar; es decir, de toda una organización de la terapéutica local.
En los libros de los cronistas que hablan de etnomedicina se valoran principalmente características y elementos relativos a medios de cura naturales (de origen vegetal, la mayoría; pero también, minerales y de origen animal). Cuando Sahagún (1994) expone aspectos de la medicina azteca, habla de buenos y malos médicos; no sólo refiriéndose a la responsabilidad y a los principios sino también a los métodos de trabajo y a los medios utilizados. Lo no natural lo suele asociar a prácticas de hechicería o a simbolismos culturales (religiosos) relacionados con el calendario, los augurios, las tradiciones locales, etc.
Anna Reid (2003) escribe sobre el chamanismo siberiano, recuperándose, como otras parcelas de la cultura de los pueblos norasiáticos, tras el fin del “Imperio soviético”. Chamanes y etnomédicos siberianos sufrieron por el avance de la Rusia zarista hacia el Este; y volvieron a sufrir cuando el sistema soviético impuso a los originarios siberianos un orden basado en una cultura materialista de base productiva.
Europa Occidental, como ha ocurrido en otras partes del mundo, ha seguido su propio camino de evolución y progreso. Razones sociohistóricas y culturales hicieron posible el surgimiento de la ciencia. Expresa Antony Tao (2003) que los griegos entendieron el universo como un todo ordenado por leyes que el pensamiento es capaz de descifrar y conocer. A esta base cultural se unió el aporte del cristianismo; que, como el judaísmo, entendía un dios trascendente, separado de la naturaleza. Quedó la naturaleza, en las culturas europeas, libre de ataduras y dependencias espirituales, dispuesta para ser estudiada por un pensamiento no mediatizado por la divinidad. En el Renacimiento ya se expresó y se ensayó esa tendencia. Luego llegó la Ilustración; y después, la Revolución Industrial. Europa se hizo poderosa. Los grupos dirigentes y los poseedores del dinero “proyectaron su mirada” (enfocaron sus intereses), como en su tiempo hizo la Corona de Castilla, a otros lugares del planeta. Encontraron gentes diferentes, gentes que no hablaban como ellos, que no pensaban como ellos, que no veían las cosas como ellos, que no entendían las enfermedades como ellos y que no curaban como ellos. Al igual que hicieron los españoles en América, el resto de los países europeos también impuso unas relaciones de poder a las nuevas sociedades.
La ciencia, como parte de la cultura europea, se ha tomado como modelo de progreso (evolucionismo). Una gran parte de los científicos positivos ha considerado una sola línea de avance humano en el globo: la suya. Se ha visto a gentes de otros pueblos como seres en fase de desarrollo precientífico, tildados, incluso por algunos estudiosos, de “salvajes”. En la actualidad se ha creado entre los occidentales una conciencia de superioridad basada en todas esas ideas. La medicina se ha hecho científica y, por lo tanto, el modelo a seguir. Sin embargo, antropólogos como Malinowski, Franz Boas o Clifford Geertz han valorado el aporte original de los miembros de las diferentes culturas. Para saber de alguien, no sólo hay que observarlo; también hay que escucharlo hablar de sí mismo. Para conocer una cultura ajena, además de mirarla y analizarla desde nuestro punto de vista, es necesario que nos la expliquen sus protagonistas. Medicinas tradicionales amerindias y asiáticas “nos dicen” que para entender qué le pasa a un enfermo, hay que permitirle hablar de su dolencia, y de la vivencia obtenida a través de esa experiencia. Algo así decía Edward Bach (1999).
Cada etnomedicina se ubica en un asiento cultural propio. Nunca convergerán del todo, de manera natural, dos líneas de progreso culturales si no se manipulan para que así ocurra. La ciencia surgió en Europa como un hecho propio del camino evolutivo europeo. Pero otros pueblos (amerindios, asiáticos, africanos) no tuvieron cultura griega, ni cristianismo, ni judaísmo, ni Renacimiento, ni Ilustración a la francesa. Y eso no significó, ni significa, que fueran (o que sean) menos que los europeos, o los occidentales. Es una clara cuestión política.
Los Polo (1984) narraron maravillas de progreso en Asia cuando Europa aún vivía en plena Edad Media. Los cronistas de Indias, y otros hombres inteligentes y sensibles de la época, se quedaron “boquiabiertos” cuando contemplaron la amplitud de las culturas de los pueblos conquistados en América. Fue el colonialismo (hablando del colonialismo occidental en general, no sólo del ibérico) el que rompió el desarrollo equilibrado de los pueblos no occidentales. Fue ese colonialismo el que modificó la trayectoria de las líneas de evolución sociocultural no occidentales. Fue el mismo colonialismo el que fabricó las diferencias que generaron “complejos de inferioridad” a gran escala (entre los pueblos sometidos), potenciando a la vez los egos culturales de los colonizadores. El llamado Tercer Mundo es una expresión acuñada por la cultura occidental, dominante. Es una expresión de gradación. El Primer Mundo es el mundo rico; por lo tanto, superior, porque tiene el poder y el dinero. El Segundo Mundo es un híbrido a medio desarrollar, “mal sentado entre dos sillas”. El Tercer Mundo es el de los “miserables” (término con muchas lecturas, dependiendo de la óptica de aproximación a su comprensión). La pobreza, las enfermedades, el hambre y todas las lacras que padecen los hombres, las mujeres y los niños de ese llamado Tercer Mundo surgieron después de que los grupos humanos que en él se desarrollaban desde la antigüedad, se vieran invadidos y sometidos por humanos venidos de lejos. Esas condiciones no se deben, pues, a sus particularidades socioculturales, históricas y organizativas, diferentes de las que condujeron a la revolución científica europea (Aparicio 2007).
En la actualidad, en general, se sigue llevando a cabo una “ayuda” al Tercer Mundo, “asistencialista”, a través de ONG, organizaciones religiosos y estatales. Una ayuda, en opinión de muchos miembros de las etnias, improductiva, estéril e incapaz de ajustarse a la organización autóctona de grupos y gentes. Los miembros de esas sociedades desean, primero, que se les respete y se les tenga en cuenta; segundo, si se les ofrece ayuda, ésta debe ser valorada, validada y gestionada desde las propias organizaciones locales. Tercero, que los especialistas sanitarios occidentales y estatales se complementen con los especialistas locales y etnomédicos. A veces, dicen, “llegan los blancos con sus ideas, sus medicinas y su comida para nosotros, lo cual marca todavía más las diferencias entre unos y otros”. Mapuches sudamericanos, mayas de Chiapas o zapotecos, mixes y chatinos oaxaqueños desean poder seguir su desarrollo desde sus organizaciones, compartiendo con el resto de los grupos y con sus naciones un diseño de futuro en una sociedad plural, multicultural y en paz. Para muchos, es parecida la imposición de la fuerza, de las leyes ajenas, de la educación nacional, de los centros de salud estatales y de sus medicinas. Con ninguno de los grupos locales contaron para hacerlo. No hubo mesa de acuerdo. Todo lo que se haga, debe ser el resultado de compromisos y de diálogo, opinan ellos.
Cuando los amerindios sufrieron la desestructuración de sus sociedades a partir del siglo XV. Cuando nuevas instituciones impusieron un orden importado de Europa, empezó el camino de decadencia de los grupos originarios, alejados de los puertos seguros de su organización tradicional. Pasaron los años, y los siglos, en América. La mezcla amerindio-hispana creó una nueva sociedad, mixta, mestiza, confluencia de dos fuentes humanas y culturales distintas. Esa sociedad se desarrolló en los núcleos urbanos, fabricando un tipo de etnomedicina mixta, mestiza (como la podemos encontrar hoy en el Mercado de Sonora en México D. F.). Dicha cultura de salud es ya una tradición más en América. Por otra parte, los grupos indígenas, alterados, siguieron su desarrollo relativamente original en las áreas alejadas de las ciudades, manteniendo con mayor o menor grado de aculturación sus propios sistemas terapéuticos. El mundo en el que vivimos hoy presenta otro tipo de “colonialismo” si se quiere llamar así, caracterizado por la sustitución, superposición y empuje de ideas. La cultura occidental (sus iconos ideales y comerciales, la publicidad, la música…), a través del fenómeno de la globalización y de la internacionalización, se muestra poderosa y avanza dominante, imponiéndose en todas las sociedades, superponiéndose a las culturas locales, sustituyéndolas (en el peor de los casos) o mezclándose con ellas (en el mejor de los casos). Las medicinas tradicionales son medicinas surgidas en sociedades y culturas con rasgos propios y diferenciados, utilizadas con éxito por los miembros de esas sociedades. Representantes de la antropología médica como Robert Hahn, Arthur Kleinman, Peter Brown o Byron Good entienden que salud y enfermedad no se pueden separar de sus contextos socioculturales; y que los sistemas terapéuticos, etnomedicina y modos de curar son el resultado de la adecuación de la atención a dichos contextos.
La occidentalización del mundo es un hecho palpable. La extensión de la medicina occidental-científica hace que muchos problemas, entendibles dentro de un contexto cultural global puedan ser atendidos y solucionados. Pero, no todos. Alteraciones como el “susto” o las mapuche kutran(enfermedades, éstas, entendibles dentro del contexto de vida mapuche, Sudamérica), son síndromes de nosología indígena. “Bloqueo de Qi de Hígado-Vesícula Biliar” es un síndrome definido en la medicina tradicional china no necesariamente coincidente con una patología universalmente reconocible según la ciencia occidental. Formas de atención como la “limpia” (culturas amerindias), acceden a la persona enferma de forma diferente a como lo hacen las píldoras de la medicina de patente. En ambos casos, el medio y la forma de atención se ajustan al contexto sociocultural del enfermo así como al modo de entender la enfermedad (por él y por el médico), y a la manera de contrarrestarla. Medios de tratamiento como la acupuntura (medicina tradicional china) no son entendidos en su verdadera dimensión si son estudiados desde ópticas diferentes a la de su contexto de origen. Juzgar la acupuntura desde otra posición cultural (por ejemplo, la científica), implica necesariamente hacer comparaciones. Si se considera que la posición de partida del estudio, por ejemplo la científica, es la “verdadera”, al no entenderse la acupuntura como se entiende en su contexto de origen, se verá únicamente como una práctica de estimulación de la reacción defensiva. Incluso se podrán elaborar juicios calificándola de placebo. Se habrá descubierto una “nueva acupuntura”, una acupuntura diferente a la de su contexto originario. Y se habrá hecho un ejercicio de auténtico etnocentrismo. Siguiendo a Geertz (1990, 1993) creo que necesitamos acercarnos al objeto del que queremos hablar. Ello implica necesariamente, moverse, “salir de nuestro centro”, conocer al objeto en su lugar, reconocerlo. Es el ejercicio básico en antropología; y es un ejercicio que la antropología recomienda practicar a cualquier investigador (científico natural o científico social). Así entenderemos que la acupuntura, o la limpia mesoamericana, tienen significados relacionados con sus respectivos contextos sociohistóricos y culturales. La limpia amerindia y otros procedimientos etnomédicos significan algo más allá de nuestra propia proyección significativa (exótica), hecha desde “nuestro centro”. Si nos salimos de ahí, nos liberaremos de una incómoda y anticuada posición estática de observación, así como del juicio etnocentrista, inadmisible en los tiempos que corren para cualquier investigador, divulgador o comunicador cultural-científico que se precie (Aparicio 2007b).
Las medicinas tradicionales pueden practicarse solas o pueden ser combinadas entre sí y con la medicina científica. Puede haber colaboración entre los profesionales de unas y otras. Pueden convertirse también los sistemas terapéuticos originales en sistemas interculturales cuando los que los conocen y practican los adaptan a las circunstancias específicas de las personas y sus problemas (relación con lo natural-biológico, lo social y lo cultural).
En el futuro podremos tener: a) una gran cultura mundial con más o menos préstamos de las culturas que ha ido encontrando por el camino; b) una sociedad internacional multicultural (con un dominio claro de la cultura occidental); c) una sociedad caracterizada por la interculturalidad; d) una dinámica imprecisa caracterizada por la variación permanente del hecho cultural.
Mientras tanto, supervivientes y preservadas hoy como parte de la cultura indígena por instituciones mexicanas; reconocidas por leyes de salud en algunos Estados (Morelos, Nuevo León); y con reconocimientos parecidos en otros (Oaxaca, Chiapas) se practican y se utilizan las etnomedicina tradicionales mesoamericanas. En China, gran parte de Asia y un número importante de países del mundo es utilizada con éxito la medicina tradicional china. En India y Sri Lanka, la medicina ayurvédica. Y en otras áreas del globo siguen vivas aún formas de curar perfectamente válidas dentro de sus contextos y fuera de ellos; de igual rango que la medicina occidental convencional (la más extendida del globo). Como medicinas interculturales (adaptadas por los profesionales y etnomédicos de distintos contextos socioculturales) la más conocida y difundida es la medicina china. Pero la difusión de los conocimientos y la distribución por el mundo de los etnomédicos originarios están haciendo que se conozcan etnomedicina tan antiguas e importantes como las de los grupos indígenas mexicanos (uso del temazcal, de la herbolaria y las limpias) o sudamericanos (herbolaria, limpia, etc.) (Aparicio 2007 a-b).
El trabajo sobre la limpia que a continuación se expone corresponde a parte de la investigación de mi tesis doctoral (1), realizada en distintos lugares de los Estados de México y Oaxaca en 2004, 2005 y 2006.
2. El procedimiento etnomédico de la limpia
La limpia, que se practica en las culturas tradicionales de salud mesoamericanas, también se encuentra en la mayoría de las tradiciones terapéuticas del resto del continente americano. Aquí la vamos a estudiar como modo de atención terapéutica y reequilibradora. Su estudio puede enfocarse desde otras ópticas (culturales específicamente, religiosas, etc.). En las sociedades que he conocido, y que conozco, en Mesoamérica central a la hora de narrar qué se entiende por limpia, las informaciones suelen ser amplias y globales, refiriéndose no sólo a dicho procedimiento como una exclusiva práctica médica, sino como un modo de devolver a la persona al estado de bienestar general (equilibrio relacionado con lo natural-biológico, lo social-organizativo y lo cultural-religioso-ideológico); es decir, a la operatividad de la vida cotidiana.
Entendiéndola como procedimiento etnomédico, se trata de un modo reequilibrador dirigido a varios niveles:
a) Emocional. Las vivencias conllevan a veces variaciones y alteraciones importantes a nivel emocional; otras, roces y enfrentamientos. En general, la convivencia implica emocionalidad, ya sea disfrutando, ya sufriendo. El resultado de esa dinámica es la creación y estancamiento de “residualidad” emocional, según la tradición. Dicha residualidad termina por crear problemas también en el plano físico. Ahí es donde interviene la limpia, movilizando, ayudando a eliminar tales residuos y permitiendo el fluir de nuevas emociones. Según Timoteo (2), un disgusto puede ocasionar “susto” (3). La limpia es necesaria para desbloquear la consecuencia de esa emoción.
b) Espiritual. A veces, la gente se adentra donde no debe en el camino espiritual, según don Isaías (4) esto puede conllevar la pérdida del rumbo verdadero y la entrada en la vida de la persona de “elementos dañinos” procedentes del mundo espiritual, invasivos, esclavistas y perjudiciales. Señala que la contaminación espiritual puede llegar a la posesión por espíritus malignos.
c) Mental. El exceso de trabajo intelectual, las preocupaciones, el estudio, la falta de descanso, el estrés, el desgaste normal y natural de la vida (en unos más que en otros), la fatiga, la edad, etcétera, consumen y obstruyen la energía vital de la persona, por lo que la limpia la ayuda a su revitalización.
d) Físico. La baja del sistema inmunitario, la deficiencia de las circulaciones (de sangre, de líquidos, neuromuscular o bioeléctrica), el exceso de actividad laboral, la deficiencia alimentaria, el cansancio muscular, la falta de sueño, el desgaste general, la edad, los excesos y abusos (comida, bebida, sexo, otros) consumen, degradan y degeneran a la persona impidiendo una funcionalidad equilibrada del organismo en la transformación, en el transporte, en la absorción y en la distribución (de nutrientes básicos, de residuos…), conllevando una mala eliminación y una retención de sustancias y elementos sucios en el cuerpo. La limpia, a este nivel, según la tradición, primero desbloquea y luego ayuda a eliminar los residuos y la suciedad por las vías normales de excreción. Según Norma Yescas (5) el baño temazcal junto con los frotamientos de hierbas y plantas durante su desarrollo, ayudan a la apertura de poros y a la eliminación de toxicidad vía transpiración. Pero, además, desbloquean las otras vías naturales, descargando a la vez la tensión muscular y nerviosa, produciendo el descanso mental, la neutralización de la ansiedad, el reequilibrio emocional y el bienestar físico general. María, asistente al baño temazcal en el que participé en Tutla, me aseguró que tras la experiencia fue al baño y liberó su intestino como jamás, teniendo una sensación de gran bienestar y de limpieza interna (física, en este caso).
e) Energético. A veces, la persona pasa por lugares que, según la tradición mesoamericana, le pueden pegar “energías” desagradables (“aire”) (6). La limpia ayuda a eliminar tales adherencias y toda la energía sucia absorbida involuntariamente al relacionarse con ciertas personas. Moviliza y neutraliza influencias negativas proyectadas por otros (envidias, malos deseos, malos pensamientos). Pero el aire no sólo puede entrar en nuestro cuerpo por malas acciones y malos deseos ajenos. También puede entrar por la normal relación con los demás. Por eso en Mesoamérica se recomienda darse limpias de vez en cuando. Se dice que es una práctica saludable.
El Diccionario enciclopédico de la medicina tradicional mexicana (1994) define la limpia como procedimiento “ritual cuya finalidad es la prevención diagnóstico y/o el alivio de un conjunto grande de enfermedades, entre ellas destacan las concernientes a la penetración de inmundicias en el cuerpo”. La limpia se realiza de diversas formas y con distintos elementos. Lo más habitual es pasar alrededor del cuerpo ramos de plantas con características especiales y capacidades para realizar movilización energética, absorción y neutralización de energía residual y malas influencias. Se puede envolver a la persona en humo de incienso (sahumar con copal). Tradicionalmente se entiende que el humo es más denso que la energía sucia y mala, por ello puede sacarla de la persona. En la tradición mesoamericana, para la limpia (que, a diferencia de las concepciones naturalistas europeas, es algo más que una regeneración del cuerpo) se pueden utilizar: vapor, aromas, colores. Algunos pasan un huevo por las partes doloridas o afectadas (costumbre zapoteca, mixe, chatina, mixta). El huevo representa en las tradiciones mesoamericanas la convergencia de los polos, positivo (panza) y negativo (extremos), lo dual. Algunos terapeutas populares recomiendan tapar los extremos (negativos) con los dedos y frotar con la panza (positiva), que absorbe la negatividad. En las limpias que vi hacer, y en las que me practicaron, las sanadoras así lo hicieron. Según las tradiciones locales, el huevo transforma el calor y reequilibra la circulación hídrico-térmica. Es posible y habitual combinar el huevo y las hierbas (como vi hacer entre los chatinos). El baño temazcal es uno de los más potentes procedimientos de limpia, a todos los niveles. Además de vapor, utiliza plantas que ayudan por fuera e infusiones bebidas que ayudan por dentro. Hay limpias especiales como los baños en río o laguna realizados por los familiares de alguien que ha muerto, según costumbre chatina y zapoteca. Se pueden hacer limpias con velas y veladoras. También, pasando alrededor del cuerpo el vapor de cera derretida, con limón, con lociones, etcétera. Las limpias reequilibran a las personas y armonizan su energía liberando de sentimientos y pensamientos negativos (tanto propios como proyectados por otros). Aplicando la analogía, la suciedad energética es un mal como el que puede causar un enemigo que ataca a traición (por la espalda). Por ello, se recomienda detenerse en la zona lumbar, donde puede esconderse esa suciedad. Habitualmente la limpia se empieza por la cabeza que es por donde se cree entra el mal. Las sanadoras que conocí en Nopala (Oaxaca) realizan sobre los clientes-pacientes la señal de la cruz varias veces con el huevo sobre la cabeza antes de iniciar la sesión. Como ya hemos mencionado, se hacen limpias a animales, a casas, a negocios, locales, lugares de reunión, terrenos agrícolas, coches y otras cosas.
La ciencia del Feng Shui chino, proveniente del antiguo chamanismo, también se ocupa de la salud de los lugares. La tradición siberiana contempla el aseo energético y la puesta a punto de casas, lugares de reunión y otros hábitats.
Las limpias se acompañan de rezos, oraciones, frases o recitaciones. Las realizan sanadores, curanderos, terapeutas populares (cultura originaria y cultura mixta), médicos tradicionales, chamanes, limpiadores, y otros especialistas, algunos no dedicados al mundo de la salud directamente. Las realizadas a personas tienen también como objeto deshacer una maldición, sacar el mal de ojo, contrarrestar y neutralizar un hechizo, proteger, atraer dinero, atraer amor, atraer prosperidad, eliminar el aire, atraer trabajo, salud y en general bienestar y equilibrio. La limpia resume bien la confluencia de elementos biológicos (humanos, vegetales) y elementos procedentes de la realidad no sensorial (influencias no específicas, suciedad no visible, todo ello entendido como energías negativas y perjudiciales). También contempla la parte espiritual de la planta específica, que la caracteriza y diferencia de otras dedicadas a otros fines (hay plantas para adornar, plantas para limpiar, plantas para curar, plantas para comer). En el estudio etnobotánico de L. I. Zamora y M. P. Barquín se ven las plantas desde su categoría antropocéntrica, clasificándose según la finalidad y funciones en relación con la experiencia humana, destacando el fin medicinal (Zamora, Barquín 1997). Los pueblos mesoamericanos disponen del conocimiento de la experiencia, acrecentado a través de cientos y de miles de años. Cuando un etnomédico señala que la guayaba es mejor para problemas internos (diarreas y deshidratación) y que el romero o la albahaca lo son para la limpia y para el temazcal, la afirmación se basa en el uso especializado de dichas plantas desde mucho tiempo atrás. En la cultura tradicional de salud originaria hay plantas para cada cosa. La limpia se incluye en el contexto cultural-vital de los pueblos tradicionales aunque, como elemento aislado o unido a otros procedimientos culturales (mágico-rituales), se ha trasladado también al ámbito urbano. En los Estados de Oaxaca y en México he observado la realización de limpias de distintos tipos, tanto dentro de la tradición antigua, preconquista (contexto de las culturas y grupos originarios) como en ámbitos de la cultura mixta, urbana. Hay en todo México publicidad abundante sobre esta práctica tan cotidiana y popular por lo que no resulta difícil acceder a ella. En la tradición mapuche sudamericana, el árbol canelo es uno de los elementos naturales dotados de capacidad para intervenir en rituales chamánicos (ceremonias de iniciación de la nueva machi). Mircea Eliade (2001) lo menciona en su obra. Se usa por su poder limpiador y purificador. Entre los mapuches el elemento vegetal también se utiliza, como entre los mesoamericanos, para recoger la suciedad energética y despejar el camino a la persona para lograr la purificación, por tanto la salud, y/o la preparación para una prueba. En la zona de Teotihuacán le corresponde ese honor al pirul, árbol que se extiende por la planicie y que todos conocen para tal menester.
3. Experiencias
Referiré a continuación la observación de varias experiencias de limpia en México capital y Oaxaca, así como la participación de un servidor en algunas de ellas.
En primer lugar, la limpia del temazcal, realizada con incienso de copal al entrar al recinto y con los medios y procedimientos propios del baño tradicional tanto dentro como fuera (salida). El baño temazcal es un baño terapéutico-ritual usado desde antiguo en Mesoamérica para limpiar y atender a la parturienta, aunque también se usó para los participantes de los “juegos de pelota” (7). Los temazcales actuales, de inspiración tradicional, se ofrecen a toda la población por sus beneficios físicos y nerviosos. Mi experiencia del temazcal me aportó un conocimiento que me sirvió para entender más a fondo el significado amplio de la limpia. Para mayor información, remito al lector a mi artículo “El temazcal en la cultura tradicional de salud y en la etnomedicina mesoamericana”, publicado en el nº 22 de Gazeta de Antropología(año 2006).
En segundo lugar, limpias observadas en México D.F. (Mercado de Sonora) con ramos de pirul, albahaca y romero. El procedimiento consiste en pasar los ramos alrededor del cuerpo, rozando el mismo y pronunciando las frases correspondientes. Esos ramos luego se deben quemar o destruir.
En tercer lugar, la limpia que vi realizar en Puerto Escondido, con humo de cera derretida, pulverizando (soplando) a la vez un agua especial sobre y alrededor de la persona a limpiar.
En cuarto lugar, la limpia realizada por don Erasto (8) con la planta denominada chichicatle (o chichicastle) de hojas grandes y urticantes. Zamora y Barquín (1997: 87) hacen referencia a esta planta en su estudio etnobotánico como Urtica dioica, “ortiga de la buena”, “ortiga ancha” o “chiquicastle”. Usada tradicionalmente para calmar los nervios mediante azotes en el hueco poplíteo de la rodilla. Otros usos: circulación y reumatismo, regulación de la tensión, limpias. El procedimiento de don Erasto, previo contacto a través de determinadas frases con las entidades del cielo y de la Madre Tierra, consiste en golpear suavemente el cuerpo con el envés de la hoja (una hoja grande y picosa) produciendo reacción de rojez y pequeñas vesículas que desaparecen en unos minutos. Esta limpia es muy potente y tiene importantes efectos fisiológicos, apreciados por un servidor tras recibir una sesión del terapeuta zapoteco (estímulo del sistema inmune, estímulo de la circulación sanguínea y linfática, aporte a través de la piel de elementos fitoquímicos antioxidantes, desbloqueo del intestino, relajante del sistema nervioso, reequilibrio de la circulación hídrico-térmica corporal general). La limpia que yo recibí fue suave comparada con las que dom Erasto da habitualmente. Aún así, tuve una reacción fuerte en los brazos, bastante mayor en intensidad y duración que las que me han producido las ortigas de mi tierra (Castilla-León). Desde el punto de vista de nuestro estudio, lo más interesante fue apreciar la práctica terapéutica tradicional como un trabajo integrado, atendiéndose todos los niveles de la persona, no sólo el físico. El terapeuta tradicional actuó sobre mi cuerpo con la planta, pero también sobre mis otros componentes (no físicos) con sus oraciones y fórmulas. La finalidad era conseguir mejorar mi circulación y facilitar mi adaptación a un medio ambiente distinto. También, sacarme el aire y pedir por mi bienestar integral como persona.
Por último, tres limpias hechas por sanadoras chamanas del área chatina y chatino-mixteca. Dos de ellas correspondientes a mi segunda estancia en Oaxaca; y la tercera, el último año. Las tres limpias me fueron realizadas con hierbas, huevo y mezcal. Acompañado por don Fredy Zárate (9) en una mañana calurosa y luminosa del verano de 2005, llegamos a casa de doña Petra (10), que nos estaba esperando. Nos recibió en el porche de la vivienda, un lugar sombreado y fresco por la proximidad de las plantas de su patio. Hablamos y hablamos sobre medicina tradicional, costumbres chatinas, chamanismo local, plantas y hongos. Tras contarme sus experiencias, le pregunté si podía practicarme una limpia. Me dijo que sí. Entonces pasamos a un cuarto en penumbra con una mesa sobre la que se encontraban los útiles necesarios para la intervención: vasos con agua, huevos y mezcal. Me mandó quitar la camisa y pronunció una oración: “Santísimo sacramento, padre eterno y la Virgen santísima. Echen su bendición y que salga toda la enfermedad”. Usó una hierba de su patio llamada “floripondio”. Cortó siete hojas y las roció con mezcal (11). Luego me dijo que había que hablarles y pedirles ayuda: “Hojita, la maravilla que Dios te dio. Vas a ser remedio. Te voy a ocupar [utilizar] para curar… Así, no más, le digo”. Fue pasándomelas, frotándome la piel. La curadora comentó que los limpiadores sienten, perciben el mal que están limpiando: “Yo luego siento, siento dolorcito, se me pega”. Después de limpiarme con la planta, lo hizo con un huevo, previamente pulverizado con mezcal, pronunciando: “En nombre de Dios y de María Santísima, con la maravilla que Dios te dio [se refiere al huevo] sacas toda la enfermedad. Padre Eterno y la Virgen Santísima, que lo remedie”. Luego de pasarlo varias veces alrededor de mi cuerpo y de mi cabeza lo cascó en un vaso de agua. Seguidamente tomó otro huevo y, tras orar y rociarlo con mezcal, lo volvió a pasar como el anterior. Terminado el acto, procedió a la lectura de los huevos. El primero estaba deshecho, yema y clara deshilachadas y parduzcas. El segundo se veía intacto, una simple nube surgía de su clara. Explicó que con el primero salió toda la enfermedad. No se trataba de un mal físico pues la yema permanecía en el fondo. Era aire, es decir, miradas de la gente con distintos pensamientos (buenos y malos). También veía cansancio y demasiado trabajo. “Le jaló fuerte el aire, ¿ve?”, me dijo. “Deshizo la yema. El segundo está bien. Con éste ya se limpió”, añadió. Quise saber cómo había conseguido los conocimientos para leer los huevos en el agua. Me dijo que de su madre, y de la experiencia. Para la protección contra ojo y aire me recomendó llevar en un saquito: un ajo, un chile y una rama de albahaca. Doña Petra usa el huevo también como medio de pronóstico, una primera visión sobre la enfermedad y sobre la persona afectada, posibilidades de curación, acciones terapéuticas a seguir, etcétera. “Le recomiendo a usted que evite el aire”, me dijo. La propia sanadora llevaba sus ramas de hierbas protectoras por dentro de su vestido. Terminado el trabajo se frotó bien manos y brazos con alcohol para desprenderse de la energía negativa pegada.
Opina Ruth Gubler que el curandero, al estar en contacto con la enfermedad, con la esencia del mal, también está él expuesto al peligro por lo que, para su bien, depende de sus espíritus protectores (Gubler 1996).
Los sanadores son conscientes de que ellos mismos son muchas veces el medio terapéutico para curar los males. En todo caso, al concebir al enfermo como parte de una realidad en la que ellos también se encuentran, el tránsito, la dinámica energética constante, hacen, o puede hacer, que los problemas a los que se enfrentan se trasladen a ellos o transiten por su persona. Algunos opinan que lo que reciben en realidad son sólo reflejos, imágenes de la enfermedad, “copias” sin capacidad para dañar. Otros pueden llegar a sentir los síntomas del paciente durante un periodo variable de tiempo. En el primer caso, la percepción del mal ajeno le da al experto la posibilidad de calibrar el nivel de fuerza o potencia de la terapéutica, adaptándose a cada persona según las especificidades de su problema. En el segundo caso, el mal que siente el terapeuta, no es de la misma naturaleza que el de su paciente ya que las circunstancias que ocasionan uno y otro son distintas. El médico también puede adecuar el trabajo terapéutico a su cliente y sólo tiene que esperar el tiempo necesario para que el estancamiento de la dolencia ajena en su persona desaparezca sin más. En todo caso, ninguno de los profesionales de la medicina tradicional que he conocido, y que conozco, tiene miedo. Dicen que son cosas que pasan, en unos más que en otros, pero que no suponen un riesgo o un problema para el médico. Médicos de la tradición mixta (posconquista) en México, así como sanadores y médicos naturistas y tradicionales europeos también me han expresado algo parecido.
Para algunos chamanes, la utilización de huevo en la cura no está bien vista. Supone, según ellos, acercarse a lo oscuro y a lo sombrío, bajar de nivel y de categoría. La propia María Sabina ejerció como curandera lo cual no la satisfizo. El uso del huevo asociado a la tierra (enterrado) le hacía estar cerca de la podredumbre física (gusanos) y por ello lo dejó (Estrada 1997). La cultura tradicional de salud mesoamericana se basa en el equilibrio de lo dual. El hecho de utilizar huevos en las prácticas curativas no necesariamente va asociado, en mi opinión, a actitudes y actuaciones negativas, sucias, oscuras y dañinas de los practicantes. Algunos son polivalentes, es decir, se adaptan a lo que el cliente les pide. Si les piden venganza, actúan en consecuencia (lo que implica causar daño a terceros por encargo). Si les piden ayuda para curar a un familiar, trabajan para conseguir su restablecimiento. Hay quienes son especialistas para conjurar y ocasionar males (en las tradiciones prehispánicas y en la posconquista). Por último están los sanadores, generalmente etnomédicos indígenas, que jamás actúan para perjudicar, que nunca se ven movidos por fines lucrativos o de venganza. Todos pueden usar plantas, huevo, rituales parecidos. La diferencia está en la finalidad y en el concepto que de sí mismo y del trabajo sanador y curador tenga cada cual. He conocido algún curandero extraño y ambiguo, pero la mayoría de chamanes y etnomédicos que he observado, en México, en Oaxaca y fuera, son personas honestas, íntegras, profesionales o expertos practicantes interesados por sus pacientes y con prestigio en su comunidad. Considero que otros estudios, abiertos a las acciones e influencias de todo tipo de curanderos, podrían aportar las perspectivas de quienes actúan no precisamente en favor de la salud y el bienestar. Tal vez María Sabina se refiriera, más que al uso de elementos tradicionales concretos como el huevo, a actitudes específicas de quienes los usan, asociando el elemento al mal profesional (éticamente hablando), al llamado hechicero.
El hecho de dirigirse a las plantas a la hora de curar se da en muchas tradiciones amerindias. La planta en cuestión no es cualquier hierba sino una en especial, conocida desde antiguo para el menester que sea. Tiene alma, o es la apariencia de un ser superior de la naturaleza. Por ello se le habla y se le pide ayuda e intermediación. María Sabina hablaba a sus hongos antes de tomarlos. “Antes de comerlos los hablé, les pedí favor…Tu sangre tomaré. Tu corazón comeré. Porque mi conciencia es pura, es limpia como la tuya. Dame la verdad, que me acompañen san Pedro y san Pablo” (Estrada 1997: 43). La sabia mazateca siguió la línea y el camino del chamanismo ancestral. Cuando de éste se desprendieron prácticas adaptadas a la evolución y organización compleja de los grupos, cada uno de esos nuevos saberes conservó el fondo común de la “matriz cultural arcaica” y manifestaciones, rasgos y elementos expresivos de las antiguas culturas. Los especialistas como don Erasto hablan a las plantas que van a utilizar (ocupar), hablan a la tierra y a los lugares, hablan al cielo, al agua, al viento y a la lluvia donde, como expone Marcia Trejo, habita un universo de fuerzas y energías (benefactoras y perjudiciales) visualizadas desde antiguo y transmitidas por la tradición (Trejo 2004).
Volviendo a Nopala y a las limpias; para contrastar, el verano siguiente nos fuimos (Fredy y un servidor) a otra sanadora que vivía en una localidad próxima dentro de un área mixta chatino-mixteca. Había sido tomadora de hongos durante muchos años, pero ya no ejercía como chamana, o al menos eso fue lo que nos dijo. Conversamos con ella durante largo tiempo. Luego le pedimos que nos realizara una limpia y contrastamos los resultados con el trabajo de doña Petra. La nueva especialista no usó humo ni roció el huevo con mezcal. Lo frotó con un líquido de hierbas y lo pasó por nuestro cuerpo como hizo doña Petra, iniciando el trabajo en esta ocasión con la señal de la cruz sobre nuestras cabezas. Los “blanquillos” (huevos) salieron intactos, tanto en el caso de un servidor como en el de mi acompañante. Tan sólo una nube sobre la clara del mío que volvía a indicar aire. La experta me hizo unas recomendaciones personales, entre ellas mucho descanso. También me aconsejó protegerme de las miradas. En cuanto al cuerpo, no vio ningún problema.
La técnica de la segunda sanadora era diferente, más informal aparentemente. Se movía con mucha soltura y con menos ceremonia que la primera. Sólo utilizó el huevo, sin plantas. Realizó la señal de la cruz sobre nuestras cabezas y frotó el huevo repetidamente de forma lineal y en círculos sobre cabeza, sienes, cuello, brazos, espalda, pecho, abdomen y piernas; volviendo a la cabeza donde insistió un rato antes de terminar.
Haciendo una comparación de los trabajos, podemos decir que sus resultados se correspondieron. Una y otra sanadoras dijeron lo mismo, acertando en mi caso, y acertando, según el señor Zárate, en el suyo. Personalmente, me sentí satisfecho con lo que me dijeron y con lo que me hicieron. Ninguna sabía de nuestra visita a la otra. Realmente, me impresionó. Tanto Fredy como un servidor nos sentimos aliviados y revitalizados. A mi entender, el procedimiento en ambos casos surge de la misma tradición o de tradiciones hermanas. Ambas curadoras demostraron conocer bien su trabajo, actuaron con destreza, sinceridad, honestidad, gran experiencia, confianza y fenomenal ojo clínico. Además, no hubo en sus trabajos una finalidad económica o de quedar bien. Trabajaron de forma sencilla y, diría yo, rutinaria, dentro de la más absoluta naturalidad; incluso doña Petra con su ritual un poco más ceremonioso. No nos pidieron dinero, ni nada. Sin embargo, colaboramos con un donativo. Algunos sanadores me han explicado que el dinero es energía, y debe circular. Si alguien recibe un bien, se debe compensar o equilibrar con otro. Puede ser dinero o puede ser otra cosa (principio elemental del trueque). Nuestras terapeutas se sintieron satisfechas atendiéndonos. Lo que les ofrecimos lo aceptaron de buen grado, pero sin darle demasiada importancia. El valor, desde el punto de vista antropológico es la muestra de una tradición, no como algo exótico, desconectado de la persona y del medio sino como algo vivo, dinámico, presente en la cotidianidad de esas gentes, una forma ancestral y actual de atender necesidades de las personas de un grupo, necesidades que incluimos aquí dentro de la salud, pero que habría que incluir mejor dentro del bienestar en sentido amplio (personal, familiar, social).
La última limpia la recibí de doña Petra en nuestro encuentro de 2006. Ese verano fue tormentoso y lluvioso en la costa del Pacífico, al menos el tiempo que estuve allí. Contrastaba con los dos veranos anteriores, tranquilos y apacibles. Cuando fui a ver a la curadora, llevaba la cara hinchada por picaduras terribles de mosquitos que no me habían dejado dormir la noche anterior. En realidad, la noche había sido una batalla contra esos rápidos y escurridizos voladores que había terminado en un desasosiego total. Por supuesto, la contienda la perdí yo; y me costó soportar el lento paso de las horas en aquella quietud tropical, sólo rota por el silbido repentino de los mosquitos. Se me hizo eterno el paso de la noche al día. Aún fresca la mañana, subí el camino cimentado que conducía a la casita sombreada de doña Petra. Allí daba gusto estar. Encontré a la terapeuta tradicional más envejecida y cansada. Me saludó con agrado, recordando todo lo que habíamos hablado el año anterior. Me confesó que ya no curaba, que estaba enferma y se sentía débil. Al lado, su hija, una mujer joven, intervenía en la conversación con ganas de protagonismo. Era, al parecer, la sucesora de su madre en la tarea terapéutica. Pregunté si todos los curanderos de allí dejan a alguno de sus hijos o familiares la herencia de los conocimientos para seguir la profesión. Me dijeron que no, que ocurre en casos contados (como el de ellas), y cada vez menos. Quise saber la razón y me respondieron que a veces, los descendientes no quieren, pero también ocurre que la gente no tiene la misma confianza en la hija o hijo del curandero; y que cuesta tiempo hacerse un nombre. Hay que demostrar que también se tiene don para curar. Quise saber más del susto y de la limpia local, o al menos de la practicada por doña Petra, o Petrona, como es llamada en el lugar. Me habló la sanadora-chamana en esa ocasión de tres técnicas para curar el espanto. La primera, con hierbita de espanto: “se muele, se cuela y se rucea” [se sopla mezcal]. “Después de eso, se le untan tres huevitos, bien, bien, bien bien y se quiebran. Ahí sale lo que tiene usted. La segunda, se barre bien la casa. El enfermo se sienta en medio, donde hace cruz la casa. Ahí se le untan 14 huevitos, o hasta que no salga nada (12). Después lo rucean” [con mezcal]. El tercer procedimiento de doña Petrona es con un nido de pajarito. “En un tepazcate [recipiente] se echa brasa, un nido de pajarito, palma bendita y rabo de ajo. Entonces se llama [al enfermo)] por su nombre. Por ejemplo, si se llama Juan, se dice:-Vente, Juan; -¿Dónde estás, Juan? Y se da vuelta al enfermo llamándolo. Si arde la lumbre solita, ¡ya llegó! Si no arde, vuelvo a hacer más, otra vez, hasta que arda y vuelva el espíritu”. Petra y su hija me explicaron que se llama por su nombre a la persona (a su alma perdida) porque, generalmente, los espantados se asustan lejos por diversas razones (accidente, miedo, soledad, caída…). Muchas veces, ni el propio enfermo sabe que se asustó o cuándo pasó.
Todos estos comentarios, aclaraciones y explicaciones coinciden con los dadas por médicos tradicionales y conocedores de otras tradiciones, mixes, zapotecas y mixtas estudiadas para mi tesis. El modo del “nido de pajarito” se usa para los asustados muy lejos. Se reclama al alma perdida para que vuelva a la persona. Los espantados en las proximidades pueden ser atendidos y curados con el procedimiento de la hierba y el huevo. El de los 14 huevos sirve también para casos difíciles. Me relató Petra que uno de sus hijos se estaba bañando una vez en las proximidades cuando dos toros se dirigieron corriendo al lugar. Petrona pudo desviarlos, pero el chico se asustó y le dio “calentura” (13) que no se le quitó. Lo trataron con la técnica de 14 huevos y sanó. Para quien tiene susto y no lo sabe, el “ojo clínico”, las preguntas y el análisis de la situación hecho por el curador determina qué procedimiento escoger. El profesional refuerza al enfermo preparándole, explicándole lo que le va a hacer y aportándole un apoyo dirigido a la curación. Pregunté por el caso de los niños. Ellos, que no saben lo que les pasa, que no saben explicar lo que sienten, cómo son vistos por el médico tradicional, cómo hace éste para saber cuándo están afectados de espanto. Petra y su hija me respondieron que cuando un niño está asustado, llora y llora. No se fija en nada, no toma alimento, no come golosinas, está triste, no bebe. Se le trata poco a poco según se vaya viendo cómo va. Le pedí a doña Petra que me hiciera una limpia un poco más fuerte que la que me hizo el año anterior pues esos días no me sentía bien, sumándose la noche horrible que había pasado peleándome con los mosquitos. Ella me dijo que el lugar donde yo me hospedaba era un lugar de por sí “sucio y espeso” (14) (al lado del río). Me recomendó cambiarme a otro. Se sorprendió un poco de mi petición súbita, pero se compadeció de mi cara hinchada. Al principio no quería atenderme pues no trabajaba mucho. Sus hijas se iban ocupando de los casos que llegaban. Finalmente, accedió. Pasé a la habitación en la que estuve el año anterior y Petra, concentrada y seria, procedió. Me realizó un tratamiento un poco diferente esta vez. Comenzó rociándome mezcal, insistiendo en mi cabeza y en mi pecho. A las frases habituales, sumó el paso de un huevo, incidiendo sobre mi cara hinchada. Cascó el huevo en el agua y me pasó otro concienzudamente. Depositó su interior en otro vaso y esperó antes de emitir su diagnóstico. Se lavó y miró detenidamente los dos vasos. En el agua, los huevos mostraban claramente la yema envuelta en nubes ascendentes de clara que llegaban hasta la superficie. Allí podía verse también un conjunto de burbujas. El aspecto general era turbio, no tan bueno como el año anterior. La médica tradicional me dijo que tenía aire y que me había dado “muina” (15). Según ella, estaba asustado de lo ocurrido con los mosquitos. Me recomendó volver esa noche o a la mañana siguiente si me seguía encontrando mal y si mi cara seguía hinchada.
Hablamos poco más y me fui pues había clientes esperando. Pasé el día bien y, con las marcas de los picotazos en el rostro, dejé de sentir la presión de la inflamación, que cedió. Mis molestias gastrointestinales se corrigieron con la dieta adecuada: agua de soda, lima exprimida y sal. En general, sentí una sensación de frescor, alivio y distensión, como las veces anteriores que me había dado limpias.
4. Conclusión
A medida que se profundiza en el estudio de los procedimientos terapéuticos tradicionales y de quienes los ponen en práctica, uno se da cuenta que, tras la fachada y la apariencia sencilla de personas del pueblo, humildes, algunas iletradas, trabajadoras y anónimas, se descubren personalidades robustas e influyentes, personas muy bien formadas (en los conocimientos de su tradición) y experimentadas en la curación a través de la experiencia de años. El conocimiento de estas personas, genera confianza. No entramos aquí a analizar el valor de los procedimientos, empleando la vara de medir de nuestra cultura científica (occidental). No los podemos comparar más que con otros de su entorno, y de su mismo peso. Como tales, pertenecientes a un contexto cultural propio, tienen la misma validez que los nuestros en nuestro contexto occidental. Esas personas tienen una mente ágil. Relacionan muy bien, son rápidos. Utilizan el conocimiento de la experiencia y el análisis del momento en cada caso y en cada situación. Te aportan seguridad. Son buenos psicólogos. Saben preguntar. Doña Petra, o don Erasto, con sencillez y elegancia comentan, explican, piensan, te miran, te estudian y adaptan sus actuaciones a las necesidades que ven en quien tienen delante. Uno se va satisfecho tras el encuentro con ellos. Son sabios del pueblo, estudiosos de la vida, de la naturaleza, de las tradiciones; cumplidores y generosos. No necesitan quedar bien, al menos los que he conocido, sobre todo los mayores. No buscan tu aplauso pero se sienten satisfechos (importantes) atendiendo a alguien de fuera, sobre todo si el resultado es bueno y si la persona recibe con buenos ojos la atención. El caso de los nuevos que acceden a la profesión es otro cantar. Al lado de doña Petra, su hija, con brío, con deseo de emular a su madre, explicaba haciendo ver que también tenía experiencia. Deseaba demostrar su validez, hacerse un hueco en el espacio ocupado por su madre, pero le faltaba naturalidad. Tal vez es parte del camino que tiene que recorrer, pudiendo llegar en el futuro a niveles incluso superiores a los de su progenitora; tal vez no. Sólo el tiempo lo dirá. Intentaremos comprobarlo.
Podemos resumir diciendo que la limpia es en Mesoamérica un procedimiento ancestral de reequilibrio adaptado a cada momento y a cada lugar; es decir que, proveniente del antiguo chamanismo, ha adoptado formas terapéuticas variadas en las etnomedicina. Es, a mi juicio, uno de los pilares sobre los que se asientan las culturas tradicionales de salud y los sistemas y modos de curar de las etnias y de la tradición mestiza mesoamericanas.

Notas
1. Cultura tradicional de salud en Mesoamérica. Del chamanismo arcaico a la etnomedicina. Universidad de Salamanca, 2007.
2. Informante mixe, Oaxaca.
3. El susto es una enfermedad de nosología indígena. Mis informantes oaxaqueños me lo describieron (con otras palabras) como un problema resultante de la interacción con el medio (físico, social y cultural-simbólico), para gentes pertenecientes a los grupos originarios o a la sociedad mestiza. El susto provoca reacciones variadas, pero las personas afectadas van languideciendo poco a poco, pierden interés por comer, por beber, por la gente, por las cosas. Están tristes, adelgazan o se inflaman; a veces se desazonan, les cuesta respirar, tienen miedos y pierden el hilo de relación con su comunidad. Se dice que un lugar, una circunstancia, personas, un animal, un fenómeno meteorológico (entendidos como seres con capacidad para influir sobre las personas y sobre las cosas), etc., les han robado, o han hecho que pierdan el alma o el constituyente anímico-energético-vital capaz de mantenerles unidos al mundo y operativos en su grupo. Algunos de mis informantes etnomédicos aseguran que el susto no curado puede evolucionar terminando en la muerte del paciente. Opinan también que los remedios occidentales son en su mayoría ineficaces cuando se trata de susto; y que sólo la hábil intervención del especialista o de otra persona conocedora de los procedimientos tradicionales de atención pueden parar la evolución y/o solucionar el problema.
4. Informante área chatina (Pacífico).
5. Terapeuta de temazcal e informante.
6. El aire es otro problema de nosología indígena consistente, según las tradiciones locales, en la afectación de la persona por “energías” provenientes de miradas-pensamientos, de la tierra, de la proximidad a áreas malsanas, aguas estancadas, basuras o espacios calificados de impuros o perjudiciales desde el punto de vista tradicional (simbólico).
7. Temazcal de Tenango del Valle (México).
8. Informante etnomédico zapoteco (San Juan Tabaá, Oaxaca).
9. Etnógrafo e informante de Santos Reyes Nopala (área chatina, Oaxaca).
10. Sanadora y conocedora del uso de los “hongos mágicos” chatinos. Informante.
11. Los sanadores normalmente toman un sorbo de mezcal y luego lo soplan sobre la persona a limpiar o sobre los elementos y medios de que se sirven.
12. Después de pasar cada huevo, se vierte en un vaso con agua, y ahí se ve si se debe seguir con la limpia-cura o no.
13. Tomamos aquí calentura como problema de nosología indígena también ya que no sólo hace referencia a una alteración térmica en el cuerpo sino a expresiones emocionales, a la conducta y a otros rasgos de la persona y de sus manifestaciones sociales relacionados con la cultura local y las tradiciones. A veces, cuando se produce susto también se da calentura.
14. Las enfermedades de humedad conllevan no sólo manifestaciones físicas (alteraciones y bloqueos circulatorios, acumulación de toxicidad, etc.) sino psicológicas, espirituales, emocionales caracterizadas por la densidad, por la lentitud. Y hay una relación directa con el entorno donde se vive o en el que se está (lugar de aguas y de aguas sucias o estancadas).
15. El Diccionario de la medicina tradicional mexicana define muina como: “Estado emocional de disgusto que repercute en la salud de quien lo experimenta, y puede ser la causa de muy diversos padecimientos”.



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Gazeta de Antropología