Carta a un amigo japonés (Jacques Derrida)
Esta
carta, publicada en primer lugar en japonés
y más tarde en otras lenguas, apareció en francés en Le
Promeneur,
XLII, a mediados de octubre de 1985. Publicada, últimamente, en
Psyché.
Inventions
de
l’autre,
París, Galilée, 1987. Toshihiko Izutsu es el célebre islamista
japonés.
Traducción de Cristina de Peretti, en El tiempo de una tesis: Deconstrucción e implicaciones conceptuales, Proyecto A Ediciones, Barcelona, 1997, pp. 23-27
Querido
Profesor Izutsu:
[...]
Con ocasión de nuestro encuentro, le prometí unas reflexiones
-esquemáticas y preliminares- sobre la palabra «desconstrucción».
Se trataba, en suma, de unos prolegómenos a una posible traducción
de dicha palabra al japonés. Y, con vistas a ello, de intentar al
menos una determinación negativa de las significaciones o
connotaciones que deberían evitarse en la medida de lo posible.
Por consiguiente, la cuestión sería: ¿qué no es la
desconstrucción? O, más bien ¿qué debería
no ser? Subrayo estas palabras («posible» y «debería») dado que,
si bien es factible anticipar las dificultades de traducción (y la
cuestión de la desconstrucción es, asimismo, de cabo a cabo la
cuestión de la traducción y de la lengua de los conceptos, del
corpus conceptual de la metafísica llamada «occidental»), no por
ello habría que empezar creyendo -eso resultaría una ingenuidad-
que la palabra «desconstrucción» se adecua, en francés, a alguna
significación clara y unívoca. Existe ya, en «mi» lengua, un
oscuro problema de traducción entre aquello a lo que se puede
apuntar, aquí y allá, con esta palabra y la utilización misma, los
recursos de dicha palabra. Y resulta ya claro que las cosas cambian
de un contexto a otro, incluso en francés. Mejor aún, en los medios
alemán, inglés y, sobre todo, americano, la misma
palabra está ya vinculada a unas connotaciones, a unas inflexiones,
a unos valores afectivos o patéticos muy diferentes. Su análisis
sería interesante y merecería todo un trabajo en otra parte.
Cuando
elegí esta palabra, o cuando se me impuso -creo que fue en De
la gramatología-,
no pensaba yo que se le iba a reconocer un papel tan central en el
discurso que por entonces me interesaba. Entre otras cosas, yo
deseaba traducir y adaptar a mi propósito los términos
heideggerianos de Destruktion
y de Abbau.
Ambos significaban, en ese contexto, una operación relativa a la
estructura
o arquitectura
tradicional de los conceptos fundadores de la ontología o de la
metafísica occidental. Pero, en francés, el término «destrucción»
implicaba de forma demasiado visible un aniquilamiento, una reducción
negativa más próxima de la «demolición» nietzscheana, quizá,
que de la interpretación heideggeriana o del tipo de lectura que yo
proponía. Por consiguiente, lo descarté. Recuerdo haber investigado
si la palabra «desconstrucción» (que me vino de modo aparentemente
muy espontáneo) era efectivamente una palabra francesa. La encontré
en el Littré.
Su alcance gramatical, lingüístico o retórico se hallaba aquí
asociado a un alcance «maquínico». Esta asociación me pareció
muy afortunada, muy adecuada a lo que yo quería, al menos, sugerir.
Me permito citar algunos artículos del Littré.
«Desconstrucción
/ Acción de desconstruir. / Término gramatical. Desarreglo de la
construcción de las palabras en una frase. “De la desconstrucción,
vulgarmente llamada construcción”, Lemare, Del modo de aprender
las lenguas, cap. 17, en Curso
de lengua latina.
Desconstruir
/ 1) Desensamblar las partes de un todo. Desconstruir una máquina
para transportarla a otra parte. 2) Término de gramática [...]
Desconstruir versos, hacerlos, suprimiendo la medida, semejantes a la
prosa. / Absolutamente. “En el método de las frases prenocionales,
se empieza asimismo por la traducción, y una de las ventajas
consiste en no tener nunca necesidad de desconstruir”, Lemare,
ibíd.
3) Desconstruirse [...] Perder su construcción. “La erudición
moderna confirma que, en una región del inmóvil Oriente, una lengua
llegada a su perfección se ha desconstruido y alterado por sí
misma, por la sola ley del cambio, ley natural del espíritu humano”,
Villemain, Prefacio
del Diccionario de la Academia.
»[i]
Naturalmente,
va a haber que traducir todo esto al japonés, lo cual no hace más
que retrasar el
problema.
Es evidente que, si todas estas significaciones enumeradas por el
Littré
me interesaban por su afinidad con lo que yo «quería-decir», estas
no concernían, metafóricamente, si se quiere, más que a modelos o
a regiones de sentido y no a la totalidad de aquello a lo que puede
apuntar la desconstrucción en su ambición más radical. Ésta no se
limita ni a un modelo lingüístico-gramatical, ni siquiera a un
modelo semántico, y menos aún a un modelo maquínico. Estos modelos
mismos deberían ser sometidos a un cuestionamiento desconstructivo.
Cierto es que, más adelante, dichos «modelos» han dado origen a
numerosos malentendidos sobre el concepto y el término de
desconstrucción, pues se ha caído en la tentación de reducir ésta
a aquellos.
También
hay que decir que la palabra era de uso poco frecuente, a menudo
desconocido en Francia. Ha tenido que ser reconstruido en cierto
modo, y su valor de uso ha quedado determinado por el discurso que se
intentó en la época, en torno a y a partir de De
la gramatología.
Este valor de uso es el que voy a tratar ahora de precisar, y no
cualquier sentido primitivo, cualquier etimología al amparo o más
allá de toda estrategia contextual.
Dos
palabras más referentes al «contexto». El «estructuralismo»
dominaba por aquel entonces. «Desconstrucción»parecía ir en este
sentido, ya que la palabra significaba una cierta atención a las
estructuras
(que, por su parte, no son simplemente ideas, ni formas, ni síntesis,
ni sistemas). Desconstruir era asimismo un gesto estructuralista, en
cualquier caso, era un gesto que asumía un cierta necesidad de la
problemática estructuralista. Pero era también un gesto
antiestructuralista; y su éxito se debe, en parte, a este equívoco.
Se trataba de deshacer, de descomponer, de desedimentar estructuras
(todo tipo de estructuras, lingüísticas, «logocéntricas»,
«fonocéntricas» -pues el estructuralismo estaba, por entonces,
dominado por los modelos lingüísticos de la llamada lingüística
estructural que se denominaba también saussuriana-,
socio-institucionales políticos, culturales y, ante todo y sobre
todo, filosóficos). Por eso, en particular en Estados Unidos, se ha
asociado el motivo de la desconstrucción al «post-estructuralismo»
(palabra desconocida en Francia, salvo cuando «vuelve» de Estados
Unidos). Pero deshacer, descomponer, desedimentar estructuras,
movimiento más histórico, en cierto sentido, que el movimiento
«estructuralista» que se hallaba de este modo puesto en cuestión,
no consistía en una operación negativa. Más que destruir era
preciso asimismo comprender cómo se había construido un «conjunto»
y, para ello, era preciso reconstruirlo. No obstante, la apariencia
negativa era y sigue siendo tanto más difícil de borrar cuanto que
es legible en la gramática de la palabra (des-), a pesar de que esta
puede sugerir, también, más una derivación genealógica que una
demolición. Esta es la razón por la que dicha palabra, al menos por
sí sola, no me ha parecido nunca satisfactoria (pero ¿qué palabra
lo es?) y la razón por la que debe estar siempre rodeada de un
discurso. Difícil de borrar después porque, en el trabajo de la
desconstrucción, al igual que lo hago aquí he tenido que
multiplicar las puestas en guardia, que descartar finalmente todos
los conceptos filosóficos de la tradición al tiempo que reafirmaba
la necesidad de recurrir a ellos, al menos en tanto que conceptos
tachados. Se ha afirmado por lo tanto, precipitadamente, que era una
especie de teología negativa (lo cual no era ni verdadero ni falso,
pero dejo aquí este debate).[ii]
En
cualquier caso, pese a las apariencias, la desconstrucción no es ni
un análisis
ni una crítica,
y
la traducción debería tener esto en cuenta. No es un análisis,
sobre todo porque el desmontaje de una estructura no es una regresión
hacia el elemento
simple,
hacia un origen
indescomponible.
Estos valores, como el de análisis, son, ellos mismos, filosofemas
sometidos a la desconstrucción. Tampoco es una crítica, en un
sentido general o en un sentido kantiano. La instancia misma del
krinein
o
de la krisis
(decisión, elección, juicio, discernimiento) es, como lo es por
otra parte todo el aparato de la crítica trascendental, uno) de los
«temas» o de los «objetos» esenciales de la desconstrucción.
Lo
mismo diré con respecto al método. La desconstrucción no es un
método y no puede ser transformada en método. Sobre todo si se
acentúa, en aquella palabra, la significación sumarial o técnica.
Cierto es que, en ciertos medios universitarios o culturales, pienso
en particular en Estados Unidos), la «metáfora» técnica y
metodológica, que parece necesariamente unida a la palabra misma de
«desconstrucción», ha podido seducir o despistar. De ahí el
debate que se ha desarrollado en estos mismos medios: ¿puede
convertirse la desconstrucción en una metodología de la lectura y
de la interpretación? ¿Puede, de este modo, dejarse reapropiar y
domesticar por las instituciones académicas?
No
basta con decir que la desconstrucción no puede reducirse a una mera
instrumentalidad metodológica, a un conjunto de reglas y de
procedimientos transportables. No basta con decir que cada
«acontecimiento» de desconstrucción resulta singular o, en todo
caso, lo más cercano posible a algo así como
un idioma y una firma. Es preciso, asimismo, señalar que la
desconstrucción no es siquiera un acto
o una operación.
No sólo porque, en ese caso, habría en ella algo «pasivo» o algo
«paciente» (más pasivo que la pasividad, diría Blanchot, que la
pasividad tal como es contrapuesta a la actividad). No sólo porque
no corresponde a un sujeto
(individual o colectivo) que tomaría la iniciativa de ella y la
aplicaría a un objeto, a un texto, a un tema, etc. La
desconstrucción tiene lugar; es un acontecimiento que no espera la
deliberación, la conciencia o la organización del sujeto, ni
siquiera de la modernidad. Ello
se desconstruye.
El ello
no es, aquí, una cosa impersonal que se contrapondría a alguna
subjetividad egológica. Está
en desconstrucción
(Littré decía: «desconstruirse... perder su construcción»). Y en
el «se» del «desconstruirse», que no es la reflexividad de un yo
o de una conciencia, reside todo el enigma. Querido amigo, me doy
cuenta de que, al intentar aclararle una palabra con vistas a ayudar
a su traducción, no hago más que multiplicar con ello las
dificultades: la imposible «tarea del traductor» (Benjamin), esto
es lo que quiere decir asimismo «desconstrucción».
Si
la desconstrucción tiene lugar en todas partes donde ello tiene
lugar, donde hay algo (y eso no se limita, por lo tanto, al sentido o
al texto, en el sentido corriente y libresco de esta última
palabra), queda por pensar lo que ocurre hoy, en nuestro mundo y en
la «modernidad», en el momento en que la desconstrucción se
convierte en un motivo, con su palabra, sus temas privilegiados, su
estrategia móvil, etc. No tengo una respuesta simple y formalizable
a esta cuestión. Todos mis ensayos son ensayos que se explican con
esta ingente cuestión. Constituyen tanto síntomas modestos de la
misma como tentativas de interpretación. Ni siquiera me atrevo a
decir, siguiendo un esquema heideggeriano, que estamos en una «época»
del ser-en-desconstrucción, de un ser-en-desconstrucción que se
habría manifestado o disimulado a la vez en otras «épocas». Este
pensamiento de «época» y, sobre todo, el de una concentración del
destino del ser, de la unidad de su destinación o de su dispensación
(Schicken,
Geschick)
no puede dar nunca lugar a seguridad ninguna.
Para
ser muy esquemático, diré que la dificultad de definir
y,
por consiguiente, también de traducir
la palabra «desconstrucción» procede de que todos los predicados,
todos los conceptos definitorios, todas las significaciones relativas
al léxico e, incluso, todas las articulaciones sintácticas que, por
un momento, parecen prestarse a esa definición y a esa traducción
son asimismo desconstruidos o desconstruibles, directamente o no,
etc. Y esto vale para la palabra,
para la unidad misma de la palabra
desconstrucción,
como para toda palabra.
De
la gramatología
pone en cuestión la unidad «palabra» y todos los privilegios que,
en general, se le reconocen, sobre todo bajo la forma nominal.
Por consiguiente, sólo un discurso o, mejor, una escritura puede
suplir esta incapacidad de la palabra para bastar a un «pensamiento».
Toda frase del tipo «la desconstrucción es X» o «la
desconstrucción no es X» carece a
priori
de toda pertinencia: digamos que es, por lo menos, falsa. Ya sabe
usted que una de las bazas principales de lo que, en los textos, se
denomina «desconstrucción» es, precisamente, la delimitación de
lo onto-lógico y, para empezar, de ese indicativo presente de la
tercera persona: S es
P.
La
palabra «desconstrucción», al igual que cualquier otra, no posee
más valor que el que le confiere su inscripción en una cadena de
sustituciones posibles, en lo que tan tranquilamente se suele
denominar un «contexto». Para mí, para lo que yo he tratado o
trato todavía de escribir, dicha palabra no tiene interés más que
dentro de un contexto en donde sustituye a y se deja determinar por
tantas otras palabras, por ejemplo, «escritura», «huella»,
«différance»,
«suplemento», «himen», «fármaco», «margen», «encentadura»,
«parergon», etc. Por definición, la lista no puede cerrarse, y eso
que sólo he citado nombres; lo cual es insuficiente y meramente
económico. De hecho, habría que haber citado frases y
encadenamientos de frases que, a su vez, determinan, en algunos de
mis textos, estos nombres.
¿Lo
que la desconstrucción no es? ¡Pues todo!
¿Lo
que la desconstrucción es? ¡Pues nada!
Por
todas estas razones, no pienso que sea una palabra afortunada.
Sobre todo, no es bonita. Ciertamente ha prestado algunos servicios
en una determinada situación. Para saber cómo se ha impuesto en una
cadena de sustituciones posibles, pese a su esencial imperfección,
habría que analizar y desconstruir esa «determinada situación».
Resulta difícil y no lo haré aquí.
Sólo
una palabra más para terminar cuanto antes, pues esta carta resulta
ya demasiado larga. No creo que la traducción sea un acontecimiento
secundario ni derivado respecto de una lengua o de un texto de
origen. Y,
como acabo de decir,
«desconstrucción» es una palabra esencialmente reemplazable
dentro
de una cadena de sustituciones. Esto también puede hacerse de una
lengua a otra. Lo mejor para (la) «desconstrucción» sería que se
encontrase
o se
inventase
en japonés otra palabra (la misma y otra) para decir la misma cosa
(la misma y otra), para hablar de la desconstrucción y para
arrastrarla
hacia otra parte,
para escribirla y transcribirla.
Con una palabra que, asimismo, fuera más bonita.
Cuando
hablo de esa escritura de lo otro que seria más bonita, me refiero,
evidentemente, a la traducción como el riesgo y la suerte del poema.
¿Cómo traducir «poema», un «poema»?
[...]
Con mi más sincero y cordial agradecimiento.
Jacques
Derrida