Durante el período de la Guerra Fría, EE. UU. buscó activamente contrarrestar el avance del comunismo en América Latina. La cosmovisión de la alteridad, representada por los movimientos de izquierda y la Teología de la Liberación, era vista como una amenaza directa a la hegemonía estadounidense. La CIA, con un claro etnocentrismo, consideró que la forma más efectiva de debilitar estos movimientos era promoviendo una nueva cultura religiosa. Su estrategia no fue el colonialismo tradicional, sino una forma sutil de neocolonialismo, donde la aculturación y el sincretismo religioso se convirtieron en armas.
A través de investigaciones de etnología, sabemos que la CIA inyectó millones de dólares para expandir iglesias evangélicas conservadoras, en particular las pentecostales. El objetivo era claro: desviar el descontento popular hacia un activismo religioso apolítico y alejarlo de la lucha de clases. Mientras la Iglesia Católica progresista promovía la agencia y la resistencia, las iglesias evangélicas ofrecían una identidad alternativa, canalizando la energía de los desfavorecidos hacia el animismo y el shamanismo de la fe, en lugar de hacia la acción política.
De la Guerra Fría a la política contemporánea
En el Cono Sur, las dictaduras militares y EE. UU. colaboraron para dar plataforma a líderes evangélicos que compartían su etnicidad ideológica y su nacionalismo anticomunista. Este ritual de apoyo mutuo debilitó la reciprocidad de los movimientos sociales y los lazos de parentesco ideológico que se estaban formando. Los regímenes militares encontraron en estas iglesias un aliado perfecto para su estratificación social y para ejercer su poder.
Hoy, el peso político de las iglesias evangélicas es innegable. Este fenómeno, que a menudo se describe como un "avivamiento religioso espontáneo", es en realidad un legado directo de aquella estrategia geopolítica. El estudio de este fenómeno, con un enfoque de relativismo cultural, nos permite entender cómo la fe puede ser manipulada para fines estratégicos, dejando un impacto duradero en la sociedad y la política de la región.
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